Luis Espinosa Goded es profesor de economía. Foto: EL COMERCIO
Debate
Así estamos:
Ecuador está en crisis. A nadie le puede caber ya ninguna duda. Y eso significa que la mayor parte de los ecuatorianos vivirán económicamente peor en el 2016 de lo que vivieron en el 2015. La cuestión que queda por dilucidar es si el 2017, 2018 o 2019 serán peores. Y eso dependerá de si somos capaces de identificar las causas de la crisis y somos responsables de tomar las medidas para afrontarla.
¿Y por qué está Ecuador en crisis? No es por el precio del petróleo, ni la apreciación del dólar. Tampoco es responsabilidad solamente del despilfarro del Gobierno de la Revolución Ciudadana (que también). Es responsabilidad de todos, que pedimos o permitimos que el Gobierno asumiese el control y el manejo de la economía, de las importaciones, exportaciones, la regulación de las maneras de producir, de los precios en supermercados, de la innovación, etc.
La principal fuente de ingresos del país son las exportaciones petroleras, que entran al Gobierno y luego se distribuyen con criterios políticos en subsidios, organismos de control y gasto corriente en su mayoría.
Debemos empezar a asumir que eso no debería ser así, pero demasiados, por no decir casi todos, miramos al Gobierno para que regule nuestro sector, que nos subsidie nuestros consumos (gasolina o gas), o para que nos apoye con contratos públicos.
Una economía sana es una economía que compite, en la que el Gobierno no es el principal agente económico o decisor, sino los ciudadanos.
El tamaño del Estado es excesivo para el tamaño de la economía. Como también es insoportable su intervención sobre cada aspecto de la vida -también económica- de los ecuatorianos.
Las salidas:
En Ecuador hace falta libertad, apertura y competitividad. Facilidad para hacer negocios, para formalizarlos y para internacionalizarnos.
Pero sobre todo hace falta una valoración social a quienes crean riqueza, a quienes innovan, a quienes arriesgan, tanto si triunfan como si fracasan. Un reconocimiento a los buenos profesionales cuando hacen bien su trabajo; tanto con una justa remuneración o reparto de utilidades diferenciado, como con un simple “gracias por hacer bien su trabajo”, sea profesor, taxista o asambleísta.
Y también es imprescindible una sanción social a quienes actúan mal.
Lo peor que le podría ocurrir a los ecuatorianos es que todo el sufrimiento que está causando -y causará- esta crisis, consecuencia de las malas decisiones del pasado, no sirva para sentar las bases de un mejor futuro económico.
No podemos seguir creyendo que el Gobierno debe ser quien solucione los problemas y regule la economía, sino nosotros mismos los que podemos crecer económicamente compitiendo, vendiendo en los mercados internacionales y atrayendo inversión extranjera.
Ahora tendremos que asumir las pérdidas de esta crisis, y como sociedad tenemos que decidir si tomamos las decisiones valientes para aprovechar la oportunidad por una economía competitiva, abierta al exterior y no-dependiente; o si se vuelve a la espiral histórica de una economía politizada, cerrada y rentista