Ciudadanos de Corea del Sur queman retratos del líder norcoreano Kim Jong-un, quien impulsa el programa nuclear de su país. Una poderosa bomba estalló el 9 de septiembre. Foto: AFP
Corea del Norte es un reino surrealista. Ahí, en el mismo mes, la monarquía comunista (¡sí, esa categoría política existe!) provoca un terremoto artificial al hacer explotar una bomba atómica y, de paso, ejecuta a un funcionario del Ministerio de Educación por sentarse relajadamente durante un discurso oficial.
En el mismo lapso, se produce la deserción de un diplomático norcoreano en Londres mediante un plan jamesbondiano, mientras su Gobierno, que muestra sus músculos nucleares como el bravucón del barrio, es al mismo tiempo prácticamente incapaz de ayudar a sus ciudadanos, que son víctimas de inundaciones en la frontera con China.
Todo lo que se haya dicho de Corea del Norte suena a imaginación, a fantasía de Dalí y para muchos es o mentira, propaganda del capitalista Seúl, o simplemente una exageración. Incluso, hay quienes defienden las medidas norcoreanas como saludables. Que no haya televisión internacional, por ejemplo. Es suficiente con la emisión local de los discursos de Kim Jong-un, el cachetón dictador que se parece a Russell, el niño explorador de Up.
¿Que Corea del Norte no tiene acceso a Google, Twitter o Facebook? ¡Mejor!, así los ciudadanos se libran de contaminarse con esas cosas horrendas como memes, videos de chistes bobos o videoclips de Delfín destruyendo sin piedad las canciones de Cerati.
¿Que no hay publicidad? ¡Perfecto!, por fin un lugar donde se puede ver una película en televisión abierta sin cortes comerciales. ¿Perdón?, ¿qué en Corea del Norte no se ve cine extranjero? No hay problema. Se pueden importar cintas de China, aunque también se puede secuestrar directores, como le pasó a Shin Sang Ok, que vivió 10 años cautivo porque Kim Jong-il, el monarca de 1978, quería un cine propagandístico a su gusto.
Sí, todo suena gracioso. Anecdótico. Ideado para filmes mediocres como el de Seth Rogen y James Franco. Concebido para dejar mal a Kim Jong-un, el actual dictador que, al parecer, resultó más sanguinario que su abuelo y su padre. Y también más alevoso.
Kim Jong-un ha logrado que los líderes de Occidente y los aliados de Estados Unidos en Asia dejen de sonreír. El Gobierno de Corea del Sur lo ha advertido por años, sobre todo cuando la escalada de tensión con su peligroso vecino comenzó a subir y provocó que se cancelaran varias acciones que buscaban la distensión.
Con la bomba atómica detonando, por fin se toma en serio la anómala situación de Corea del Norte y su líder. La tensión es más alta que nunca.
La frontera del miedo
El cabo Jeon-Ku Lyeo, de 21 años, es uno de los guardianes de la frontera entre las dos Coreas. Habla español (es hijo de diplomático de carrera) y cumple su servicio militar en un lugar increíble: un observatorio al que llegan turistas para ver en el horizonte a la temida Corea del Norte.
La frontera mide 238 kilómetros de largo, pero hay una zona desmilitarizada que tiene entre 2 y 8 kilómetros de ancho. Técnicamente ambas Coreas están en guerra, pues el conflicto armado de 1950 a 1953 no acabó. Solo se firmó un cese al fuego que estableció esa zona desmilitarizada.
Jeon-Ku Lyeo explica algunos esfuerzos de los dos países para acercarse, a pesar de los recelos mutuos. En la zona desmilitarizada, por ejemplo, se estableció una fábrica surcoreana que empleaba a trabajadores del norte. Pero la escalada de tensión por las armas nucleares que Kim Jong-un ha buscado con vehemencia generaron que la fábrica se cerrara por parte del sur.
La zona, en todo caso, siempre fue de carácter hostil y debía estar despoblada de civiles. Pero sí hay villas de cada país. Daesung Dong, del sur, está habitado por 200 personas que se niegan a moverse. Y Kijong Dong, en el norte, lo mismo. Aunque ahora se estima que este poblado en realidad es una ciudad fantasma, un cascarón de hormigón. Ahí flamea una bandera de Corea del Norte que pende de una de las astas más elevadas del mundo: 160 metros de altura.
Los civiles que acuden al puesto fronterizo pueden ver esos edificios y esa bandera mediante telescopios con monederos. Y también pueden visitar uno de los tres túneles secretos que Corea del Norte construyó en la zona desmilitarizada para introducir espías y batallones en el sur. El más grande mide 1 600 metros y tiene el ancho suficiente para permitir el paso de 30 000 soldados en una hora. Lógicamente, está sellado.
El cabo Jeon-Ku Lyeo no usa la palabra “miedo” pero sí la de “peligro” cuando habla de lo que esconden las montañas norcoreanas que se divisan desde el observatorio. Hay cañones y lanzamisiles. “Pero tenemos un Ejército que tiene la capacidad de responder el fuego y que está en permanente alerta”, dice Jeon-Ku Lye.
La bomba sí existe
El secretario general de la ONU, el surcoreano Ban Ki-moon, llega a su última Asamblea General al frente de la organización reconociendo que la tensión en la península es altamente peligrosa.
Una cosa son los túneles, los espías, los trágicos testimonios de los desertores norcoreanos que se plasman en libros, y otra es la bomba atómica. “Es muy importante que el Consejo de Seguridad de la ONU esté unido y tome acciones urgentes para impedir más acciones provocadoras de Corea del Norte”, dijo Ban Ki-moon en declaraciones que recogió la agencia EFE.
El 9 de septiembre Corea del Norte llevó a cabo su quinta prueba nuclear, la segunda este año y la de mayor potencia hasta el momento, que provocó un sismo de una magnitud 5,0 en la escala de Richter. Las otras pruebas nucleares fueron en 2006, 2009, 2013 y en enero de este año.
La respuesta de Estados Unidos fue sobrevolar Corea del Sur con dos bombarderos estratégicos de largo alcance ,como demostración de su poderío militar. Los dos bombarderos supersónicos del tipo B-1B fueron enviados desde la base aérea estadounidense en la isla de Guam en el Pacífico. Era una manera muy elocuente de decir a Corea del Norte: “podemos reducirlos a cenizas si nos lo proponemos”.
La alarma de Estados Unidos obedece a que Corea del Norte ensaya la miniaturización de cabezas nucleares equipables sobre misiles. Con esto, el norte podría atacar con bombas nucleares a Seúl, capital que está a tan solo 44 kilómetros del observatorio. Pero también podría lanzar bombas hacia Japón y Alaska.
Es verdad que no existe una verificación independiente del poderío atómico, pero el terremoto puso en alerta máxima a Occidente.
Sí, ya no causan risa las extravagancias de Kim Jong-un, quien convocó a una enorme multitud en la plaza más grande de Pyongyang para celebrar el éxito del ensayo nuclear.
En Estados Unidos, en cambio, se lamenta que la débil política internacional de Barack Obama no haya logrado frenar el programa nuclear de Kim Jong-un. En Corea del Sur, varios grupos de ciudadanos han protestado en las calles en contra de los planes del monarca comunista. Los sueños de reunificación nacional, otra vez, quedan pospuestos por culpa de la locura.