¿A quiénes les molesta la libertad de expresión?
El autoritarismo y el totalitarismo son la antítesis de la libertad de expresión y del pluralismo ideológico.
Así han gobernado la humanidad las dos principales ideologías del siglo XX, el capitalismo autoritario y el socialismo de Estado, que no es otra cosa que un capitalismo de Estado, en el que una élite burocrática se cree dueña de todo.
No hay que perder de vista que durante la historia de la humanidad la libertad de expresión siempre se ha visto amenazada, muchas veces ha sido coartada y silenciada, especialmente cuando han habido voces que sin temor y con valentía han dicho la verdad sobre los abusos del poder.
En el Ecuador, el autoritarismo no ha sido la excepción desde su época colonial. Entonces resulta una ingenuidad política, por decir lo menos, que la Asamblea de Montecristi haya incluido en la Constitución una disposición que dice “…La ley regulará la prevalencia de contenidos con fines informativos…”; en otras palabras, el poder político controlará la difusión del dato, el hecho, la noticia informativa, el pensamiento político y las ideas de quienes no están con el poder.
La Asamblea dejó abierta la puerta para que gobiernos autoritarios y totalitarios coarten la libertad de expresión y silencien las voces de la libertad; entregó una herramienta de coerción política para que gobiernos intolerantes controlen la noticia y la opinión.
¿A quiénes molesta la libertad de expresión? Sin duda al poder, a los inescrupulosos, a los que roban, matan, violan, se enriquecen ilícitamente y violan la ley.
Durante las últimas tres décadas, gracias a la libertad de expresión, y al deber de los medios de informar a la comunidad, el país pudo conocer y censurar políticamente los actos de corrupción, la violación de los derechos humanos, los incumplimientos a la normatividad jurídica que cometieron los gobiernos.
En un proceso de violencia autoritaria, en el que está involucrado el poder, no es posible entender que ese poder esté en capacidad moral y política de fiscalizarse a sí mismo, menos aún es aceptable que sus incondicionales y serviles estén en capacidad de pedir cuentas.
Si los medios se subyugan al poder político, si se enrolan a la estructura burocrática y pasan a depender de un sueldo, entonces el autoritarismo ha triunfado y la libertad de expresión ha muerto; pero asimismo hay que estar convencidos que los que “siembran vientos cosecharán tempestades”.
Henry Llanes