El deterioro sostenido de Cuba, uno de los pocos países que ha sobrevivido con el anacrónico sistema de socialismo estatista, no forzó a su octogenaria dirigencia a cambiar el sistema político, aunque se aprobaron algunos giros en materia económica.
Los cambios propuestos no acaban con el sistema de partido único, no abren la sociedad hacia el liberalismo económico ni liquidan la pesada estructura estatal que, en lo básico, conserva la filosofía de la socialización de los medios de producción. Sin embargo, hay algunas señas de tímida apertura como la posibilidad de invertir en pequeños emprendimientos, ventas de casas y autos y la eliminación de subsidios, lo cual puede traer impactos sociales en un país pauperizado, donde la riqueza y aún el bienestar económico están proscritos.
El fin de la Guerra Fría, la liquidación de la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín modificaron las condiciones en la isla caribeña, dependiente del subsidio soviético en grado sumo.
Apenas con la sucesión en la Presidencia del Consejo de Estado y de Ministros y el práctico retiro de la vida política del histórico líder, Fidel Castro, que heredó el poder a su hermano Raúl (otro veterano de la revolución), en el 2006 empezaron a soplar leves vientos de apertura.
Pese a ello, el sistema político no cambió. Solamente hay un partido, no existe libertad de prensa ni de expresión y hay decenas de disidentes en las cárceles, algunas de cuyas emblemáticas figuras han sido motivo de noticia mundial.
Apenas ciertas restricciones para que los dirigentes no se prolonguen más de 10 años en el poder están lejos de las aspiraciones de los opositores que manifiestan su decepción desde el exilio. Parece que falta todavía algún tiempo para que Cuba se abra hacia una democracia de partidos.