Una cruz de piedra en el páramo de Toctezinín, una comunidad a 30 minutos de Chunchi (Chimborazo), es el único recuerdo simbólico del confuso enfrentamiento entre militares, policías y comuneros en el que pereció Lázaro Condo.
Él fue un líder indígena que impulsó un levantamiento para exigir la reforma agraria.
Su muerte nunca se investigó y en 40 años nadie reclamó ni denunció; sin embargo, se convirtió en el ícono de la lucha de los indígenas por la tierra.
Juan Manuel Anaguarqui lo recuerda bien. El sol había llegado a su punto más alto, cerca de las 12:00 del 26 de septiembre de 1974, cuando estaba por concluir el segundo día de la cosecha de una parcela comunitaria de cebada sembrada en la propiedad que perteneció a la hacienda Almidón Pucará.
Esas tierras, a 3 300 metros de altura, estaban en disputa un año antes del enfrentamiento. La propietaria se negaba a aceptar la resolución del ex Ierac, que falló a favor de Toctezinín. “Llegaron en jeeps y camionetas. Estaban borrachos y empezaron a dispararnos sin compasión”, recuerda Anaguarqui, de 75 años.
Él se salvó de morir. Una de las balas disparadas por los militares y policías que acudieron hasta el páramo le impactó en la cintura, atravesó su dorso rozando su pulmón izquierdo y salió por su hombro.
Mientras él escapó, uno de sus mejores amigos, Lázaro Condo, no corrió con la misma suerte. “Las balas lastimaron sus piernas. No conforme, los militares lo golpearon salvajemente, luego uno se acercó con su casco lleno de trago y le arrojó diciéndole indio borracho, por borracho estás gritando”.
Él era parte de un grupo de jóvenes indígenas que, motivados por monseñor Leonidas Proaño, se propusieron luchar por la dignidad de los peones.
La agrupación integrada por 14 líderes se dedicaba a difundir los derechos de la gente, los principios de igualdad y equidad que promovía la Iglesia Progresista. “Caminábamos tres o cuatro días para llegar hasta las comunidades más distantes, con la misión de decirle a la gente que no podíamos seguir aguantando maltratos y que la tierra es de quien la trabaja”, cuenta Valeria Anaguarqui, otra integrante del grupo que Proaño denominó ‘El equipo volante de Sicalpa’.
Muchas versiones sobre cómo murió el dirigente y dónde habían ocultado su cuerpo empezaron a difundirse. Unos decían que el cadáver fue enterrado en Toctezinín, otros pensaban que fue llevado a Tixán.
No obstante, la versión más cercana es la que le contó el panteonero del Cementerio Municipal de Riobamba a Juan Manuel Anaguarqui. “El mismo día del conflicto, Lázaro llegó con vida hasta ese sitio. “Compañeros, auxilio, estoy aquí”, habría gritado en su último aliento, cuando le empujaron al fondo de un hueco de tres metros y empezaron a taparlo con tierra”, relata.
La tumba de Condo estuvo perdida durante 40 años, debido a las amenazas y la represión que enfrentaron los dirigentes indígenas. A pesar de que en la oficina administrativa del Cementerio Municipal no hay ningún registro de que ahí fuera enterrado, Ángela Yaulizaque, esposa de Anaguarqui, visitó el sitio unos días después del supuesto asesinato y lo identificó por una piedra de tonalidad azul junto a la tumba.
Un comité organizado para recuperar la memoria visitó la tumba. Era la primera vez que los luchadores de esa época lo hacían. “Lázaro era alegre, tocaba la guitarra para animarnos a pelear, se inventaba canciones para hacernos reír. Nos decía que no hay que tenerle miedo al patrón, a una golpiza con el acial”, cuenta Valeria.
Valeria Anaguarqui, quien tenía 14 años cuando ocurrió el suceso, efectúa un ritual en el sitio de la detención de Condo. Foto: Raúl Díaz para EL COMERCIO
Así también lo recuerda su viuda María Juana Hernández. Ella tenía solo 13 años cuando sus padres arreglaron su matrimonio, pero al poco tiempo Lázaro se convirtió en su gran amor. “Casi nunca paraba en la casa, porque siempre estaba peleando en alguna hacienda, pero antes de irse a Toctezinín, la última vez que lo vi, me prometió comprar una casa en la ciudad, dijo que íbamos a vivir tranquilos, pero no regresó”.
Según ella, su única hija -Secundina- es la viva imagen de su padre. Tenía seis meses cuando su padre murió. “Sé que fue un héroe, el dio su vida por nuestra gente, pero a nosotras nadie nos ayudó, nos quedamos sin nada y nos tocó trabajar muy duro para salir adelante”, dice la mujer, de 40 años.
Pide que se inicie una investigación para que la muerte de su padre no quede impune. Y que en el sitio de la tumba se coloque una estatua para que la nueva generación de jóvenes sepa quién fue Lázaro Condo, un hombre que a los 34 años ofrendó su vida por la dignidad del pueblo indígena.
En los archivos de la Brigada Blindada Galápagos no existe ningún documento que compruebe que se hizo el operativo.
En contexto
En octubre de 1973 se dictó la Ley de Reforma Agraria que establecía la distribución de la tierra improductiva, sobre todo para los campesinos e indígenas que no poseían tierras para sembrar. Lázaro Condo impulsó esa lucha en Chimborazo.