El castrismo demuestra, una vez más, que es un especialista en la supervivencia política, en particular en tiempos de severas crisis económicas, como la actual.
La más reciente señal de esa capacidad y de sagacidad la dio hace justamente ocho días. El ya histórico 17 de diciembre, el día de San Lázaro, una suerte de ‘santo de los milagros’, Raúl Castro sacó el as bajo la manga del acercamiento -nada menos- con Estados Unidos. Es decir, tendió puentes (o más bien, se vio obligado a ello) con el imperio, el rival ideológico y político de más de cinco décadas. Tendió la mano al país al que en la ‘crisis de los misiles’, en octubre de 1962, estuvo dispuesto a bombardear con las armas nucleares emplazadas en la isla por los soviéticos, en ese entonces gobernados por el incompetente Nikita Jruschov.
Después de décadas de usufructuar los multimillonarios subsidios que le otorgaron en condiciones ventajosas la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, primero, y la República Bolivariana de Venezuela, después, el hermano menor del comandante Fidel (¿a las espaldas de este?) juega la carta de la aproximación a Washington.
¿Para qué? Con seguridad, para mantener el modelo político y prolongarlo en el tiempo, en medio de una sociedad anestesiada por años y años de Estado de propaganda y de restricciones a casi todo signo o movimiento de oposición. Este es un escenario más que posible, dado que el propio gobernante cubano y Mariela Castro, la hija del Mandatario cubano, ya han anunciado que el socialismo (o muerte) se mantiene a toda costa y que resulta impensable un retorno al capitalismo.
Los pronunciamientos en esa línea se han escuchado a pesar del más que palpable fracaso de un esquema político, que únicamente se ha especializado en la supervivencia. ¿El movimiento de ajedrez geopolítico que hace el castrismo le permitirá perdurar en el tiempo, con reformas superficiales? Probablemente, sí.