La desigual campaña por la inconstitucional e ilegal consulta popular me ha confirmado en algunos criterios. No tengo ninguna duda, por ejemplo, de que el anodino presidente de la Asamblea Nacional es una deleznable muestra (nada gratis) de sumisión y servilismo. Ha dejado de pensar políticamente por sí mismo -si alguna vez lo hizo- y, con una conducta cercana a la amoralidad, se ha convertido en una defectuosa caja de resonancia de los intereses de la dictadura correísta. No de otro modo podría explicarse su inmediata comparecencia, sin que nada tenga que hacer en relación con el tema, para respaldar con sus ‘sesudos’ comentarios la infame y artera campaña iniciada contra Jefferson Pérez.
No conozco personalmente a Jefferson Pérez. He seguido, eso sí, con interés y admiración, su trayectoria humana y deportiva. Contrariamente al opaco asambleísta que ahora pretende hablar por las ‘masas populares’, nació en un hogar humilde, conoció desde niño las crueles limitaciones de la desigualdad y la pobreza y, con tesón y fuerza de voluntad encomiables, superándose día a día, logró convertirse en un auténtico representante del país -él sí- y en una figura deportiva mundial. Como ciudadano ecuatoriano tiene derecho, libremente y sin cortapisas, con plena responsabilidad, a expresar su criterio. El ataque del oficialismo (¿se hubiera dado si su pronunciamiento habría sido distinto?) fue bajo y rastrero.
En lugar de pretender descalificar a los demás, ¿por qué no aclara al país la incorporación subrepticia al texto constitucional de Montecristi de normas no aprobadas, según denunciaron algunos asambleístas? ¿Por qué no explica las razones por las cuales se agregó a la Constitución, a última hora, el tramposo régimen de transición, que ha ocasionado múltiples inconvenientes al proceso de institucionalización del país? ¿Por qué ha escamoteado las denuncias contra asesores de la Asamblea? ¿Por qué la Asamblea, en una actitud de complicidad, no ha cumplido la obligación de fiscalizar y sancionar a los funcionarios públicos acusados de actos de corrupción, auspiciando la impunidad?
¿Por qué contribuyó a disminuir las facultades de la Asamblea? ¿Por qué la ha convertido, destruyendo su autonomía, en un sumiso órgano legislativo de la dictadura? ¿Por qué ha callado y no se ha pronunciado en contra de la usurpación inconstitucional de sus facultades privativas cuando en la consulta popular, que tiene otras finalidades, se planteó la aprobación de reformas legales? ¿Por qué calla ante los abusos y atropellos? ¿Por qué huye del debate, requisito básico para el éxito de todo régimen democrático? ¿O es que, en fin, no ha entendido la diferencia entre la actitud sinuosa de un esbirro y la conducta frontal y clara de un hombre digno, que valora su independencia y su libertad?