Los comerciantes de 30 comunidades llegan para intercambiar sus productos, una práctica que tiene más de 180 años. Foto: Glenda Giacometti/EL COMERCIO
Los viernes, la rutina empieza más temprano en Tzalarón, una comunidad indígena situada a 3 800 pies, en los páramos de Chimborazo.
Los campesinos se aprestan para recibir a los comerciantes de otras 30 comunidades.
Esa feria se realiza desde hace 180 años en ese mismo sitio y es el único mercado indígena en el Ecuador, según el Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca (Magap), donde aún funciona el trueque.
Los agricultores de los sitios más altos, como Tzalarón, ofrecen trigo, cebada, quinua, arvejas, papas… a cambio de los productos que se cosechan en las partes bajas como zanahorias, tomates y otras.
La regla para el intercambio es básica. Los mercaderes verifican el precio de su producto y del que esperan conseguir, y acorde a eso definen si deben entregar una mayor o menor cantidad de su cosecha.
“Si la cebada está cara se entrega una arroba a cambio de hortalizas y alfalfa. Así funciona el intercambio para todos los productos. Aprendimos a negociar de nuestros abuelos”, explica Luis Torres, presidente de Tzalarón.
Las rocas que cubren una parte del suelo del mercado son los vestigios más reveladores de la antigüedad de la plaza. Antaño, esa era la feria indígena más grande de la provincia, ya que hasta allí llegaban comerciantes de Alausí, Colta, Guamote y Riobamba, incluso de Bolívar y Tungurahua.
Pedro Quishpi, de 68 años, lo recuerda bien, pues desde niño ayudó a sus padres en el mercado. “Estábamos pendientes de la temporada de cosechas, así sabíamos qué iba a llegar al mercado el viernes y preparábamos nuestros productos. El capulí de San Gerardo, por ejemplo, era uno de los más codiciados, nosotros entregábamos trigo”.
Según él, en esa época no solo se hacían transacciones pequeñas. Las que involucraban animales como vacas, toros, borregos y cerdos eran los trueques de mayor escala.
Para Juan Carlos Huaraca, investigador cultural, eso tiene lógica porque en la antigüedad los indígenas no contaban con dinero en efectivo. “La gente de las comunidades era explotada. Trabajan mucho por poco dinero, incluso en la época de las haciendas no tenían un salario, solo contaban con sus productos, por eso el trueque era el único medio de comercio”.
Para 1980 la gente empezó a llegar al mismo mercado con dinero y la lógica del truque cambió. Es una de las tradiciones indígenas en peligro de extinción. De hecho, la feria de Tzalarón estuvo a punto de desaparecer, pues solo los más ancianos continuaban acudiendo al antiguo mercado a intercambiar sus cosechas.
En la recuperación del trueque participó el Magap, que adecuó la plaza de rastro. Así, los comuneros buscan adaptar el modelo de comercio antiguo a la modernidad. Una de las prácticas más comunes, por ejemplo, es el intercambio de reses adultas por terneros de razas mejoradas.
María Quishpi, de 77 años, es una de las comerciantes más hábiles. Sus negocios los cierra en kichwa, pues casi no habla español; se ubica en su puesto en los antiguos graderíos a las 07:00. Ella entrega verduras y granos, a cambio de alfalfa, tomates y otros alimentos.