El narcotráfico es un gran negocio en el escenario mundial y con influencia en crímenes conexos como el robo y los asesinatos. En el Ecuador su incidencia es preocupante.
Antes se decía que el Ecuador es una isla de paz. Hoy los crímenes violentos y la inseguridad que desnuda la impotencia oficial descubren delitos que están interconectados, el sicariato, el chulco, las redes con vínculos internacionales y hasta cultivos.
Hace poco el discurso oficial resaltaba que éramos el único país sin producción. El descubrimiento de 5 000 matas de coca en el Oriente llama la atención, aunque expertos consideran que la producción es incipiente.
92 personas (a las que se denomina mulas) fueron detenidas en el aeropuerto de Quito en el 2010.
Los operativos de la Policía han detectado millonarios cargamentos de droga. En varias detenciones las investigaciones identifican nexos con mafias internacionales y las pistas llevan hasta México, a los carteles como el de Sinaloa, según Antinarcóticos. No hay que olvidar la detección de submarinos que hacían operaciones de transporte por el mar burlando los sistemas de control. Oliver Solarte, comandante del Frente 48 de las FARC, muerto en una refriega en Colombia, tenía -según los investigadores- nexos con Ecuador. Los hermanos Ostaiza fueron juzgados (uno se halla prófugo), el proceso alcanzó a indagar a Ignacio Chauvín, ex subsecretario de Gobierno, quien dijo ser amigo de los Ostaiza.
Los tentáculos internacionales, los indicios del crimen organizado y la alta penetración de la droga vendida al menudeo en colegios nos obliga a una respuesta efectiva y a profundizar la cooperación internacional para luchar contra este flagelo mundial.