El mundo ha podido presenciar el drama de Haití devastado por un espeluznante terremoto, que en un instante se cobró más de 100 000 vidas humanas, 300 000 heridos y daños materiales que exceden toda ponderación, han dejado en escombros Puerto Príncipe, su capital, y sumidos en el dolor a 10 millones de damnificados habitantes en aquella República al occidente de una de las primeras islas descubiertas por Cristóbal Colón el propio año de 1492.
Sabemos por viejos textos de geografía e historia que ha habido catástrofes, incluso de mayor magnitud, que la mente humana parecía negarse a aceptar. Pero en esta ocasión, primera década del siglo XXI y gracias a los adelantos de la tecnología, se diría que hemos sido testigos presenciales de la terrible convulsión terrestre y sus daños, a los que hemos asistido diariamente sin separar los ojos asombrados de las pantallas de televisión. Y ante tanto dolor y ruina nos hemos sentido conmovidos y solidarios con ese desventurado pueblo, uno de los más pobres del planeta y en América sin duda el más necesitado, inerme víctima de la codicia explotadora que le ha atenaceado durante siglos para explotarle económicamente, primero bajo la colonización española, después bajo el esclavismo francés y finalmente durante dos décadas del siglo XX sujeto a la ocupación militar estadounidense. Pese a ello, el pueblo haitiano ha enarbolado siempre un aguerrido espíritu de superación ante el dolor, la búsqueda de la independencia y el sostenido anhelo de soberanía nacional.
Fue el primer país del continente americano, después de EE.UU., en alcanzar su independencia en 1804, en lucha contra los franceses, bajo la conducción de esclarecidos líderes negros como Toussaint Louverture y Jean Jaques Dessalines. Ya en 1816, uno de sus más ilustres presidentes, el General Alexandre Petión, al conocer que Simón Bolívar había iniciado la lucha contra el imperio español, pero en las primeras escaramuzas había sufrido descalabros que parecían liquidar sus huestes, le llamó a Haití, le acogió, protegió, fortaleció y puso en capacidad de reiniciar la colosal empresa, terminada en 1824, con la independencia de toda Hispanoamérica y por tanto de Venezuela, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Esto explica la extraordinaria obra de asistencia que el continente realiza en estos días para socorrer a sus hermanos de Haití, que en su hora supieron generosamente proteger a Bolívar y abrir así cauce a la revolución de independencia.
Hacen bien los ecuatorianos que, en esta hora de dolor sin igual para Haití, envían su ayuda en toda forma: alimentos, remedios, vestuario, dinero, incluso desprendiéndose de sus ahorros, porque la libertad de que goza el Ecuador y que le ha permitido tantas gestas de gloria, se la debe a Bolívar protegido por Petión, ilustre presidente de Haití.