Elena Paucar. Red. Guayaquil
Nunca había visitado un gabinete. Le gustaba que su largo cabello negro le tapara la espalda, por eso se alejaba de las tijeras. Pero hace ocho años eso cambió. “Me operaron, tenía un tumor en el cerebro”, confiesa Mercedes Villamar, con voz entrecortada .
En su silla de ruedas, la mujer de 37 años esperó el pasado viernes su turno. Su mirada estaba fija en el letrero del consultorio 3 del hospital de Solca, en el norte de Guayaquil. Un viejo gorro de lana ocultaba la cicatriz que atravesaba toda su cabeza.
Luego de la cita con el médico, Mercedes rompió la rutina. No tomó el bus para ir a su casa en el kilómetro 4,5 de la vía Daule y recostarse en su cama. En su lugar, decidió verse en el espejo del gabinete del hospital. Mientras miraba su reflejo se despojó del gorro que la acompañaba.
Sobre la peinadora había un montón de pelucas. “Esa me gusta”. Era una melena corta, de tono café y destellos marrones.
A un costado, Malena Barquet se preparaba. Coloretes, brochas y polvos aparecieron de los cajones de una peinadora. “Vas a salir transformada”, repitió esta voluntaria del Comité de Damas de Solca. Con un lápiz delineó con precisión los labios de Mercedes. Una fina peinilla y unas tijeras le dieron los últimos retoques en su nuevo cabello. “Una peluca marca un gran cambio para quienes luchan contra el cáncer”, recalcó Barquet.
En una de las salas de quimioterapia, Amelia Flores descansaba sobre un sillón. Una sonda la ligaba al suero rojo que entraba por sus venas. “Se me cayó todo el pelo y decidí rasurarme”.
Con un pequeño espejo en la mano decidió despojarse del pañuelo de colores que le cubría la cabeza. Lo cambió por una nueva cabellera. “Se parece a mi pelo. Era lacio, negro y lo tenía corto”, recordó Flores.
Con dos cabelleras postizas en sus manos, Amelia de Plaza recorrió la sala. Con una sonrisa alentaba a los pacientes que observaban atentos el continuo paso de las enfermeras. “Nadie sabe lo que significa verse sin cabello. La autoestima queda por el piso con esta enfermedad”.
Ella lo conoce de cerca, pues también le diagnosticaron cáncer de mama. “No me quería ver al espejo, era una negación”, dijo. Desde hace un año, Plaza es parte del programa Verse bien para sentirse mejor, una iniciativa del Comité de Damas de Solca para donar pelucas a mujeres y niños con cáncer.
Actualmente una peluca de cabello natural puede costar USD 135 y una sintética desde USD 60, un costo muy alto para personas con escasos recursos, como Sonia Nieto.
Su pálido rostro es reflejo del tratamiento. Pero los retoques le cambiaron el ánimo. Después de varios meses sintió nuevamente que los mechones de color chocolate rozaban sus mejillas y caían hasta los hombros. “Es un cambio de vida”.
En la sala de Pediatría de Solca, Nadia esperaba su turno. La joven de 15 años perdió la cuenta de las consultas que ha tenido. “Me salieron una pintitas rojas en la piel. El doctor me dijo que tenía principio de leucemia”.
Eso fue hace dos años. En ese entonces comenzó el tratamiento. “Tenía el cabello largo. Pero antes de las quimioterapias me dijeron que me lo cortara. Cuando me hicieron la primera sesión, llegué a mi casa y se me comenzó a caer”.
Fue cuando su madre Pilar decidió comprarle una peluca. “Me llegaba por los hombros. Todas las noches la cepillaba, era lacia y de color chocolate”, relató la jovencita, mientras pasaba sus manos por el cabello ensortijado que ahora comienza a crecerle.
La enfermedad las unió más. Recuerdan que pasaron varias noches en vela, una con dolores de cabeza o fiebre, la otra no se separaba de su lado. Siempre están juntas. Esa es su fortaleza.
Pilar casi no habla. Su cabellera es corta y su semblante algo apagado. “Al poco tiempo del diagnóstico de mi hija me detectaron cáncer de seno”. Ahora es ella quien lleva una peluca y se alista para las radioterapias.
Al final del pasillo, la pequeña Viviana correteaba. Tiene 10 años, pero es más baja de lo normal. El viento agitaba la rala cabellera. Es jueves y se alista para su quinta quimioterapia.