Por Abdón Ubidia
La maravilla está en su escenario. Nada menos que la plaza más grande y bella de América, El Zócalo. Opulenta, suma historias: la azteca, la virreinal y la inmediata, como puede verse en estos días arduos que vive México. ¿De qué valen las vitrinas y los anaqueles de fantasía y las gigantografías que solemos encontrar en otras ferias, frente a un escenario rodeado de palacios y un templo como la Catedral Metropolitana?
“Tal vez sea la feria más amigable y visitada del
mundo. Lleva nueve ediciones. Nada de estands fastuosos. Todo lo contrario. Funciona con carpas”.
Alma Rodriguez / El Universal, de México La Novena Feria, gratuita como es, se funde con el espacio público más público de la ciudad. Los buscadores de libros y los transeúntes se mezclan y nadie puede distinguirlos. Entre tanto, en las carpas menores y mayores, siempre llenas, se suceden presentaciones de libros, recitales, conferencias y mesas redondas de escritores locuaces.
También cantantes, actores y muestras de cine. Públicos variopintos, escuchan, aplauden, preguntan y debaten.
Afuera, la gente que pasa comprando y mirando los anaqueles generosos en ofertas y las contundentes esculturas, prestadas para la Feria por artistas connotados y encontrándose, de sopetón, con extraños lectores: muchachas disfrazadas de flores, saltimbanquis, travestis, todos con libracos abiertos de par en par. Y las otras carpas: alargadas, abiertas, concurrentes como radios de una gran rueda.
212 editoriales, las célebres y consabidas, y muchas pequeñas independientes y otras alternativas, más chicas aún.
Miles de libros de toda condición y precio. Porque todos participan de esa fiesta. Y en uno de los actos centrales, Elena Poniatowska, concediendo el premio que lleva su nombre: menuda, vivaz, entusiasmada como una adolescente eterna.
La Feria funciona como un reloj. Nada de huecos y despistes. Si un expositor falta o se retrasa, pues siempre hay un plan B para sustituirlo. Porque ese público fiel, que fue al diálogo, no puede ser defraudado. No lo será. Porque hay un ángel guardián que custodia la Feria. Es su directora, Paloma Saiz Tejero. Gestora cultural de larga experiencia. Ubicua, constante, vigila hasta los detalles más pequeños. Y es capaz de desmontar, en un día, semejante tramoya, porque un millón de personas va a tomarse la plaza para protestar por la intempestiva decisión del Gobierno de disolver, de un plumazo, la mayor empresa eléctrica del país, dejando sin empleo a 44 000 personas. Solo ella puede hacerlo así. Con un equipo a su altura. Y eso le viene porque, durante el año organiza ocho eventos más, relacionados con el fomento de la lectura; la premisa: todo tiempo libre es aprovechable para leer un libro: en el metro, en los hospitales. Involucra en sus programas a policías, ciegos, presos y bomberos. Y, por cierto, a estudiantes y amas de casa. Es una hormiguita incansable y ejecutiva. Un gran acierto de la Subsecretaría de Cultura de la Ciudad el haberle nombrado Directora General de la Feria. Pero Paloma añade a su enorme convocatoria una ventaja comparativa inusual: es la esposa de uno de los escritores más prolíficos y conocidos de México: Paco Ignacio Taibo II. Sesenta libros, mexicanazo por donde se lo mire, los bigotes de Pancho Villa, fumador, peleón, malhablado, el correcaminos en persona, ‘showman’, encantador de audiencias gozosas, va por la Feria y todos sus fans se le acercan y le abrazan y quieren tomarse una foto con él, siempre efusivo y hablador. Un atractivo natural y espléndido para ganar visitantes. Y, por cierto, se presentarán periodistas brillantes como ese amor que es Carmen Aristegui, siempre lúcida y valiente.