No sé si usted está deprimido, enloquecido, embrutecido o si actúa así comúnmente, sin que haya una razón particular de por medio. Lo que sí sé es que cientos de personas que pudiéramos cruzarnos en su camino nos beneficiaríamos enormemente si en lugar de salir a matarse en su auto, tuviese la bondad de hacerlo en la privacidad de su casa.
Le explico por qué. Si bien usted tiene derecho a quitarse la vida en la forma en que le apetezca, lo que sí no puede hacer es llevarse además la vida de otras personas, armado de su vehículo. Supongo que esto también lo sabe ¿cierto?
Aunque claro, acá la cosa no es muy seria que digamos, y si llegado el aciago día en que usted se va de frente contra otro auto y mata o deja lisiados de por vida a los ocupantes del mismo, si no ha tenido la buena suerte de morir –como parece ser su cometido– siempre puede darse a la fuga. No pasará nada, y usted podrá volver a intentarlo; ojalá con mejor suerte.
El punto es que yo lo he visto mucho por estos días, en las calles de Quito –sobre todo en las noches– y en las carreteras también, manejando tan rápido que pareciera que tiene alguna urgencia estomacal. Y no he podido aguantarme las ganas de decirle esto: por favor, mátese; pero a los demás déjenos vivir.
Le propongo que en lugar de acabar con las existencias de canelazos, cervezas, vinos, whiskys o cualquier otra bebida alcohólica disponible en la ciudad, para luego, en su actitud más suicida, ponerse al frente de un volante, se tome un medio litro de alcohol industrial (seco y volteado) y si no se muere, le aseguro que al menos quedará ciego. Así su espíritu autodestructivo se verá compensado de alguna manera.
Y si le gusta tanto la adrenalina, esa que le impulsa a volar y a acelerar hasta muy por encima de los límites de velocidad, sin fijarse en semáforos en rojo ni en ninguna otra señal de tránsito, por qué mejor no se lanza de un puente (el país ahora cuenta con muchos, algunos nuevitos) sin arneses ni sogas. Entonces cumplirá inmediatamente con su objetivo, sin los odiosos –e innecesarios– daños colaterales (léase muertes no deseadas de terceros).
También le sugiero que opte por gestionar individualmente su deceso si es de aquellos machísimos que rebasa en curva. ¿Qué culpa tienen los pobres desprevenidos que van de paseo familiar, digamos a Mindo, y se encuentran con usted de manos a boca en la curva número 1 572 de tan sinuoso camino? Supongo que coincidirá conmigo en que ninguna; así que hágame caso, busque otro método para salir disparado de este mundo cruel.
Lo de ‘disparado’ lo digo por esa afición suya a la velocidad y al riesgo. Siempre le queda la opción de comprarse una pistola. Dicen que no duele y, lo más importante, se ahorrará los inocentes involucrados. Hágase y háganos ese favor: mátese. En serio.