La familia Llinquín vive en el este de Riobamba, la capital de la provincia de Chimborazo, en la Sierra centro andina de Ecuador. Este jueves 3 de julio del 2014, después de 24 años, sus miembros están completos.
Una mañana de marzo de 1990, Isidoro, padre de cuatro niños pequeños, se fue a buscar un trabajo y no volvió más. Luis, María, Carmen y Mariana no tuvieron noticias de su padre hasta el martes 1 de julio del 2014 cuando una llamada del Hospital General de Santo Domingo interrumpió la conversación de la tarde. “Me quedé helada cuando me dijeron encontramos a su padre”, relata Carmen, de 27 años. Cuando el resto de la familia supo la noticia, no lo podían creer. Unas horas después se movilizaron hasta la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas.
En una de las camillas de la sala de medicina general estaba Isidoro. Ya no se parecía al hombre que recordaban. Está más delgado, tiene un tumor en el estómago y una insuficiencia renal, producto de la mala alimentación de los años que vivió en las calles como indigente.
Nadie sabe con exactitud cómo Isidoro llegó a ese estado. Algunas personas cuentan que perdió el empleo temporal que consiguió en esta ciudad Tsáchila, mientras que otras afirman que padeció de alcoholismo.
Tampoco los motivos de su partida están claros, pues Isidoro aún no recupera completamente la salud y su conciencia. En sus momentos de lucidez reconoce a sus hijos y se lamenta por haberlos dejado. Según él, tuvo un fuerte conflicto con su papá que le obligó a irse de la ciudad.
Mariana, la menor de sus hijas, tiene 24 años. Su padre se fue unos días después de su nacimiento. “Nunca escuché nada de mi papá. No era un recuerdo bonito para mi mamá porque la abandonó”, dice nostálgica la joven, que hoy es madre de dos niños.
En un inicio, la familia comenzó la búsqueda entre familiares y amigos de otras ciudades, pero ningún intento por encontrarlo tuvo éxito. Dos años después de su desaparición, todos se resignaron a que no lo volverían a ver.
Ocasionalmente, los rumores de que vivía en una ciudad de la Amazonía, de que lo veían vagando en las calles, incluso de que había fallecido, se comentaban en el barrio, sin embargo, para sus hijos y su esposa “la vida debía continuar”.
La noticia de que Isidoro estaba vivo conmocionó a la familia. Su esposa Laura lo esperó nueve años, pero luego se enamoró nuevamente y rehizo su vida con otra pareja. Cuando lo vio, acostado en la cama, no lo reconoció y solo aceptó que se trataba de él cuando miró su cédula de identidad.
Pero para Luis, María, Carmen y Mariana, el motivo porque el que se fue ya no es importante, pues decidieron perdonarlo y disfrutar junto a él los años que le resten de vida. “Ahora toda la familia está junta. Mis hermanos, vienen cada mañana y mi papá conoció al fin a sus nueve nietos”, relata entusiasmada María.
Isidoro aún está delicado de salud. El tumor de su estómago debe ser extirpado en una cirugía y además necesita de cuidados permanentes. Por eso continuará asilado en la casa de su hija mayor. En cuanto se recupere, sus hijos esperan que visite cada casa por temporadas para que pueda compartir su tiempo con sus nietos.