El presidente ucraniano, Petro Poroshenko (izq) escucha el informe de un equipo de la operación antiterrorista en Izyum, región de Kharkiv (al noreste de Ucrania). Poroshenko firmó una orden de alto el fuego duradero hasta el 27 de junio. Foto: EFE / Servicio de Prensa Presidencial
Aferrados a botellas de plástico vacías, cientos de personas permanecen de pie esperando recibir agua en esta ciudad asediada, con el constante ruido de proyectiles de artillería en la distancia.
Más de dos meses después de que separatistas prorrusos se levantaran en el este de Ucrania, la electricidad y la luz siguen cortadas en esta deprimida ciudad industrial, la comida escasea y la mitad de la población ha huido.
Muchos de los que siguen aquí están desesperados y las autoridades locales, imitadas por Rusia, advierten de que se vislumbra un desastre humanitario en el este de Ucrania a medida que se intensifiquen los correos entre los rebeldes y las fuerzas gubernamentales que tratan de hacerles mella.
“Nunca pensé que llegaría a esto”, dijo Lidia, una mujer de 58 años, haciendo cola a las puertas de una planta de tratamiento de aguas en Slaviansk, un bastión estratégico tomado por los rebeldes.
“Tengo una hija, una nieta, una madre de 92 años y no puedo moverme y tengo que venir aquí y conseguir al menos 40 litros de agua cada día. Y eso si no nos bañamos. Sólo para beber y lavar la ropa del niño y la ropa de mi madre”, dijo.
Las conversaciones en la cola versan sobre política y guerra, y algunos debatiendo sobre cuándo acabará su pesadilla. Las colas se han convertido en un coro diario desde que el agua se acabó hace más de dos semanas.
La falta de electricidad ha causado incluso que las morgues de Slaviansk cierren ya que no pueden mantener fríos los cadáveres. Las autoridades locales dicen que los sepultureros están cavando tumbas bajo el fuego.
Muchas personas han tenido suficiente y decidieron marcharse. El pensionista Viktor Parhobin es uno de ellos, afrontando de nuevo la convulsión 20 años después de trasladarse a Slaviansk, una ciudad de 130 000 personas, para escapar de una guerra en la región rusa de Chechenia.
“La vida estaba bien aquí. Ahora tengo que huir y no tengo ni idea de a dónde ir”, dijo, en cuclillas junto a la carretera con su pequeña nieta en brazos mientras espera un autobús que les lleve a un lugar seguro.
“Inicialmente nos estableceremos en Stavropol, en el sur de Rusia, pero no sé dónde iremos desde allí (..) todas nuestras vidas están ahora en tres petates (tipo de alfombra o estera)”, dijo, señalando a una pequeña pila de bultos con sus pertenencias.
Las luchas pasan facturas
El levantamiento de los separatistas, que se oponen al Gobierno central de Kiev y buscan unirse a Rusia, comenzó en abril, un mes después de que Rusia se anexionara la península ucraniana de Crimea, a orillas del mar Negro.
Las autoridades prooccidentales en Kiev acusan a Rusia de orquestar el levantamiento en el este tras la caída de un presidente afín a Moscú en febrero. El Kremlin niega estar detrás de la revuelta.
El nuevo presidente ucraniano, Petro Poroshenko, ha estado trabajando en un plan de paz pero también ha intensificado una campaña militar para sofocar a los rebeldes desde que fue elegido el 25 de mayo.
Los rebeldes no dan muestras de rendición, pero los combates han hecho estragos en ellos y en los civiles, además de alienar a los ucranianos del este y profundizar la división de la nación.
Las Naciones Unidas dijeron esta semana que 257 civiles habían sido asesinados desde mediados de abril. La cifra probablemente sea más elevada ya que muchos lugares no son accesibles para los monitores internacionales.
Las estimaciones sobre desplazados difieren. Las Naciones Unidos la sitúa en 17 000 pero la agencia rusa de noticias Itar-Tass citó a una fuente oficial rusa que afirmó el jueves que el número de ucranianos que viven al otro lado de la frontera, en Rusia, había crecido en 70 000, hasta 400 000, en apenas cuatro días.