Hugo Burgos/ Antropólogo
El Dr. Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo (1747-1795), precursor de la Independencia ecuatoriana, y médico adelantado, ha sido motivo de justificados elogios.
Ocioso sería añadir algo cuando toca enfocar su vida brillante pero crucial, interrumpida apenas 14 años antes de que se lanzara el Primer Grito de Independencia que él mismo impulsara. Examinando documentos, se abre un misterioso e incógnito mundo de cómo era la ciudad y su gente, cuál su nivel cultural y condición moral, arquitectura, salud e higiene, para que él se haya quejado del atraso y la falta de progreso de las instituciones en la Presidencia de Quito.
En Sevilla, empero, hay material para sumergirse en una etnohistoria crucial. ¿Cómo era la vida en aquella urbe que el mismo Espejo dijera que había nacido en “un oscuro rincón de la tierra”? Don Francisco Diez Catalán, 8 años después de que muriera el inquieto ser, hacía “relación del miserable estado de aquella provincia, trato cruel que se usa con aquellos indios, relajación de las costumbres, conducta de los jueces, libelos y escritos infamatorios, no observancia de la religión y consecuencias fatales que acarrea la falta de corrección y del castigo de los delitos” (legajo 397).
De un libro, que considero el más profundo, sobre “Eugenio Espejo, médico y duende”, de Enrique Garcés (1973), se puede entresacar rasgos que permiten entender el oscuro rincón de la libertad que él iluminara.
Cada rito en el pasaje de su vida era una montaña que debía trasponer. ¿Cómo se habrá preocupado para superar la barrera étnica, que le impedía estudiar? Fue infamado con saña por su origen indio y mulato, por las castas de sus antepasados.
Su abuelo había sido un indio principal de Cajamarca, cuyo descendiente don Luis Chusig, su padre, era vilipendiado por haber venido a Quito como paje de un malhadado fraile llamado Luis del Rosario; este le recordaba en un juicio que no era sino indio vestido “con cotón de bayeta azul y calzón de la misma tela”.
Para casarse los padres del Dr. Espejo adoptaron apellidos como Luis de la Cruz y Espejo y Catalina Aldaz y Carrascal, luego Larraincar, “chola, mulata hija de la esclava liberta”. Pero don Luis se hizo enfermero-sangrador y tenía mucho trabajo. Con doña Catalina, se compraron en 1758 una casa en todo el poyo que comienza la “Calle del Mesón”, frente a Santo Domingo; casa de dos pisos y de teja, donde tuvieron 3 hijos, Pablo, Francisco y Manuela Espejo.
Para ir a estudiar, el precursor recorría todo el arrimadero para llegar a la Universidad. En otras, subía la calle de la Cantera, para arribar al Hospital. Mientras Espejo estaba preso en Quito, el presidente Diguja reunía a peritos que propusieran remedio para la peste; escribieron “Florilegio medicinal”, donde encontramos: Santa Teresa, abogada de las diarreas, rezar el Salve es “fresco”, el Credo es “cálido, los Evangelios, bueno para las “febrífugas”, “el caldo de polla ronca, panacea para los disturbios menstruales”, “la tela de cordero” curaba la hernia; el “espanto” o “mal paso” de las muchachas, la “bebida de las 7 flores y las 7 cintas de colores”, para sacar el arco-iris o “cuichi” que las había embarazado.
Pero Espejo ya había publicado su estudio sobre lo que serían los microbios, que él llamaba “atomillos vivientes, corpúsculos” origen de las viruelas.