Rubén Díaz Peralta
Cansado de leer a los mismos comentaristas de EL COMERCIO quisiera que alguien nos respondiera por qué se llamaba “diario independiente de la mañana” y desde cuándo es esclavo de una tendencia ideológico-política determinada.
Otra inquietud que tengo es qué se requiere para ser columnista, porque ciertamente yo creo en la libertad de expresión y tengo habilidad para expresarme por escrito, pero me siento vulnerado en mi derecho porque no tengo ni los medios económicos ni los contactos para acceder a un público tan numeroso como el de Teleamazonas o a tantos lectores de EL COMERCIO.
Mi pregunta quiere motivar una reflexión, sobre todo a los responsables de algunos medios en torno al trillado reclamo de libertad de expresión.
Antes de continuar, te pido amigo lector que no me catalogues sin más como enemigo de los enemigos del Gobierno o me calles con el epíteto lapidario de correísta. No creo ser ni lo uno ni lo otro. Déjame, por favor, razonar con libertad.
No nacemos libres sino relacionados y por lo mismo la libertad es una tarea para toda la vida, una conquista diaria, un ejercicio constante de liberación de todo tipo de ataduras. La lucha no es contra los demás sino contra las ataduras que me impongo o me condicionan desde fuera. No puedo ser libre sometiendo a los demás.
La famosa definición liberal e individualista de “mi derecho cesa donde empieza el derecho del otro” es tan ambigua que ha servido para todo abuso. El concepto se ha aplicado a la propiedad privada y entonces resulta justificada la injusticia social porque “mi hacienda termina donde empieza tu huasipungo”, las consecuencias de tal principio son obra del destino, la suerte y hasta de Dios.
La expresión es patrimonio social que no puede ser dejada al arbitrio de cada uno. Tiene que ser administrada con responsabilidad social y bajo vigilancia de la sociedad a través del Estado. El peligro gravísimo es que la palabra sea confiscada por el Estado bajo cualquier pretexto.
Se necesita una acción política participativa y no sólo representativa, a fin de que seamos todos responsables efectivos de la comunicación social.
La propiedad privada de los medios se justifica únicamente si sirve al bien común, si tiene una función social. La famosa ‘libertad de prensa’ está sometida a criterios de servicio y solidaridad social y no al lucro como función principal.
Si me dan cabida, en otra oportunidad seguiré con mi razonamiento en espera de que sirva en algo a todos mis lectores.