Un riachuelo separa al poblado Rancho Chico, en Machalilla, en el sur del país, con el caserío de Matapalo (Tumbes- Perú). Por este afluente, casi seco por el verano, caminan a diario cinco niños y jóvenes ecuatorianos para asistir a clases en el vecino país.
Descalzos, con los zapatos en las manos, Roy Gómez, de 14 años, y su hermano Kevin, de 12, sortean las escasas aguas intentando no mojarse. Se doblan las bastas del pantalón azul y se apresuran.Los chicos ecuatorianos se educan en suelo peruano. Desde pequeños estudian en Matapalo, un poblado peruano de 1 300 habitantes. En el amplio plantel funciona también una escuela y un centro técnico agropecuario.
Este año, cinco ecuatorianos se matricularon en el colegio peruano, todos son de Rancho Chico.
Desde Matapalo se divisa, del otro lado del río, el poblado ecuatoriano. Este asentamiento del sur del cantón Arenillas lo habitan no más de 15 familias, emparentadas entre sí.
Las casas son de madera y compactadas con una mezcla de paja y barro seco.
La escuela más cercana a Rancho Chico, en el lado ecuatoriano, está en la cabecera parroquial de Carcabón, a 3 kilómetros de distancia. Pero en Carcabón no hay colegio, y el más cercano se halla en la parroquia vecina, Chacras, a 12 kilómetros.
La lejanía y la falta de transporte empujan a las familias de Rancho Chico a enviar a sus hijos a estudiar en el vecino Perú. “Solo tienen que cruzar el río”, dice Martha Fares, madre de Roy y Kevin. Rommel, el hermano mayor, también estudia en suelo peruano.
“En el colegio enseñan casi lo mismo que acá, pero son más estrictos”, dice la madre.
Los lunes, cuando en el patio del plantel de Matapalo se entona el himno peruano, los escolares ecuatorianos solo escuchan. “No estamos obligados a cantarlo”, afirma Kevin, el más pequeño e inquieto de los hermanos.
El director del plantel, Carlos Cobellas, dice que los ecuatorianos se integran rápido. “Muchos ya se conocen desde pequeños o tienen familiares acá”.
A lo largo de la frontera común, son usuales las uniones entre ecuatorianos y peruanos.
En Carcabón hay uniones binacionales que llevan más de 50 años. “Los muchachos se conocen en las polladas (fiestas) o en el trabajo en las chacras y se juntan”, menciona Cobellas.
Rommel, de 17 años, se graduará este año. Cuando salga, planea seguir la universidad a distancia.
Roy se acostumbró a cruzar descalzo el río, en verano, no en invierno, cuando las aguas crecen. Ahí el paso es por un pequeño puente de madera, a 300 metros aguas arriba.
Los hitos de plástico rojo, de 1,5 m de alto y que delimitan la frontera, son para los habitantes solo una señal para recordar en qué país están.
En el cantón Las Lajas, 23 kilómetros al sur de Arenillas, son las familias peruanas las que cruzan a territorio ecuatoriano.
Desde que en el 2004 se inauguró el centro materno infantil en La Victoria, la cabecera cantonal de Las Lajas, las madres peruanas acuden con sus pequeños en busca de atención gratuita.
Cotrina es el poblado peruano más cercano a La Victoria, a 4 km.
Desde la quebrada Balsamal, que hace de límite natural, el caserío peruano apenas se distingue en medio de un bosque seco.
La peruana Eva Parrales, de 21 años, trae una vez al mes a su hijo de 2 años. “El pediatra lo atiende”. En el centro materno infantil de La Victoria se trata a un promedio de cinco pacientes peruanos a la semana. A Parrales no le importan los 20 minutos que le toma cruzar la frontera.