Seis comensales peruanos observan con atención en un viejo televisor un partido de su selección nacional de vóley.
Todos están sentados alrededor de un puesto ambulante de comidas en Huaquillas (El Oro), en la frontera con Perú. El grupo de jornaleros e informales sigue cada jugada sin pestañear.
Rosa Garrido, dueña del local de comidas, les ofrece el menú: caldo de gallina y seco de molleja. Son las 23:15.
Garrido, rolliza y de cabello revuelto, lleva ya cuatro horas atendiendo a los noctámbulos que se acercan a su puesto. Todas las noches la comerciante arma su negocio a un costado de la vía, a 60 metros del puente internacional que conecta Huaquillas con Aguas Verdes (Perú). Cerca de allí, cuatro camiones cargados con mercaderías esperan en hilera para cruzar la frontera.
Este paso fronterizo, en el sur del país, nunca cierra. En Huaquillas y Aguas Verdes, localidades vecinas unidas por los 40 metros del puente internacional, siempre hay movimiento.
La actividad comercial disminuye el ritmo a las 18:00. A esa hora los negocios cierran sus puertas y los informales levantan sus carpas. Una hora después, la mayoría de los cambistas de dinero también se ha retirado. Casi no hay nadie.
La vía que conecta ambas ciudades luce solitaria. Permanece así por poco tiempo.
En el puente internacional, levantado sobre un canal por donde discurren aguas negras, no hay cadenas, ni personal policial o militar que detengan el paso.
El sitio vuelve a cobrar vida al anochecer, cuando es ocupado por puestos de comidas, carretas, taxistas y mototaxis.
Los vehículos se estacionan a los costados del puente, a la espera de clientes. En el lado ecuatoriano, los taxis amarillos ofertan sus servicios junto a la oficina de Aduanas –que permanece cerrada por las noches- y en los alrededores del templete cívico, una estructura levantada por el Municipio a 20 metros del puente fronterizo.
Del otro lado, en Aguas Verdes, las taximotos y los taxis informales aguardan en fila. En el lado peruano el movimiento nocturno recién empieza.
Jaime Parra, joven conductor peruano de una mototaxi, previene al turista de subirse a cualquier vehículo. “Vea bien si es asociado (de una cooperativa) y si lleva la farola (placa)”, aconseja a los visitantes.
Parra, de 21 años, estaciona su vehículo, una moto roja, a una cuadra del puente internacional. El lugar, tenuemente iluminado, es el punto de embarque para quienes deben trasladarse hasta Zarumilla (Perú), donde sellan su pasaporte. “De noche los extranjeros nos piden carreras a (la oficina de) Migraciones, a dos minutos de aquí.”
Por las noches, las mototaxis peruanas elevan el precio de la carrera mínima, de 2 a 4 soles (USD 1,50); y los taxis informales, de 3 a 6 soles (USD 2). En Huaquillas, en cambio, la carrera hasta la oficina de Migración de la Policía cuesta USD 3.
A media cuadra del puente, justo debajo de un enorme cartel que da la bienvenida a Ecuador, la lojana Martha Cabrera instala todas las noches, desde las 19:00, una carreta con bebidas y golosinas.
Allí permanece hasta las 03:00, cuando empiezan a cerrar los bares y cantinas. “Aquí siempre hay movimiento, la gente pasa todo el tiempo”, asegura la comerciante.