Desde hace cuatro noches Isabel Reyes no puede dormir. Ella, una baneña de 60 años y propietaria de una tienda de víveres en el barrio El Salado, en el cantón Baños de Agua Santa, es la responsable de activar la sirena cuando se incrementa la actividad en el volcán Tungurahua.
Desde el viernes pasado, a las 08:47, el coloso se reactivó e Isabel, quien también es voluntaria de la Unidad de Gestión de Riesgos (UGR), no se ha separado del ‘handy’ (equipo pequeño de radio comunicación) que la Unidad le entregó hace 11 años.
Su casa de dos pisos es uno de los lugares claves para la seguridad de las 70 familias que habitan en este barrio. Allí, en la amplia terraza, está ubicada una de las ocho alarmas instaladas en esta ciudad.
Por eso, Isabel no puede conciliar el sueño. Ella es la encargada de activar la alarma que pone en alerta a sus vecinos.
En El Salado, se convive con el miedo y el riesgo porque Baños está cerca del volcán, que se reactivó en 1999.
La madrugada de ayer no tuvo que activar la sirena, pero apoyó la evacuación que las autoridades dispusieron por seguridad.
El Comité de Operaciones de Emergencia del cantón se reunió en la madrugada de ayer luego de recibir el reporte del Instituto Geofísico que indicaba que las explosiones del volcán aumentaron desde las 24:00 del lunes hasta las 02:00 de ayer. Los técnicos indicaron que se registraron 256 explosiones. Las columnas de vapor y poca ceniza alcanzaron una altura máxima de 3 kilómetros. Los bramidos fueron intensos.
La evacuación fue voluntaria. Quince personas, de distintas edades, subieron al balde de un camión del Ejército y se trasladaron al albergue de San Vicente, a 2 kilómetros de El Salado.
Seis miembros de la UGR recibieron a esas personas, les dieron instrucciones y les acomodaron en el espacioso pero frío local donde funciona la Secretaría de la UGR de Baños.
Los 15 evacuados recibieron, cada uno, una cobija, una almohada y un colchón. En sus mochilas llevaban agua, linterna, radio a pilas, mascarilla, latas de atún o sardina y ropa interior.
Durmieron pocas horas porque los bramidos del volcán sacudían los vidrios. Un sismo de 4,3 grados en la escala de Richter terminó de despertarlos a las 06:12. El epicentro se localizó a 29,09 kilómetros del cantón Píllaro. El sismo, que además se sintió en Ambato, no está asociado a la actividad del volcán.
A partir de las 08:00 volvieron a sus casas en El Salado. En las calles, los vecinos comentaban sus experiencias de la madrugada. Contaron que no solo las 15 personas evacuaron, sino que sus vecinos fueron a casas de familiares o amigos en el centro de Baños.
En el albergue, cerca de las 09:30, María Mantilla y cinco voluntarios de la UGR coordinaban por teléfono las actividades del día. Un grupo de militares, al mando del capitán Fausto Lozano, de la Escuela de Formación de Soldados de Ambato, se mantenía alerta ante un posible cambio brusco de la actividad volcánica.
La Escuela tiene la responsabilidad de abastecer y apoyar la movilización de la gente de las zonas entre los refugios y sus lugares de trabajo o vivienda.
En su tienda de abarrotes, Isabel atendía a los clientes. En cinco minutos vendió alfileres, bombones, chicles y una botella de agua a sus vecinos, mientras escuchaba, por el ‘handy’, las instrucciones y el monitoreo que hacía el alcalde Hugo Pineda.
En el centro de la ciudad, detrás de la Basílica, dos locutores de la radio La Voz del Santuario permanecen las 24 horas del día, de manera alternada, informando sobre las novedades del volcán.
Iván Bayas es uno de los dos comunicadores. Su trabajo es acompañar al Alcalde y participar en las reuniones del Comité de Operaciones de Emergencia (COE) cantonal. Inmediatamente difunde la información importante o de última hora, Bayas y el Alcalde interrumpen la programación de la radio y cuentan a los oyentes lo que sucede.
Ayer, al mediodía, el locutor Charly Oñate cortó la canción Loba, de Shakira, y dio paso al Alcalde, quien convocó a una reunión a los líderes de las nueve comunidades más vulnerables alrededor del volcán.
Miguel Guevara, un baneño de 46 años y propietario de la cafetería Casa de la Colina, junto a las piscinas de El Salado, escuchó en la madrugada el llamado que hicieron los miembros de la UGR por megáfonos. Miguel tiene la misión de ser el último en salir de El Salado, una vez que todos los vecinos evacúen el barrio. Él, como fundador del grupo de vigilancia Ojos del Volcán, sabe cómo actuar y cómo dirigir grupos humanos en situación de emergencia.
Como Isabel, María e Iván, Guevara conoce el secreto para superar el temor y la incertidumbre: “La única manera de vencer el miedo es enfrentándolo y haciéndole frente”, es su lema.
Testimonios
María Mantilla, secretaria de la Unidad de Gestión de Riesgos de Baños
‘En Baños hay un excelente sistema de alerta’
Estamos acostumbrados al volcán. Somos 50 voluntarios y nuestro trabajo es apoyar a las personas que llegan a los albergues. Llevo cuatro años de labores, primero en la Defensa Civil y ahora con la Unidad de Gestión de Riesgos. En Baños no sucede lo que dicen los medios nacionales. A veces hay sensacionalismo y eso nos perjudica mucho, porque el 99% de la población vive del turismo y cada noticia inexacta hace que los turistas dejen de venir. Eso sucede desde el viernes, que se reactivó el volcán. Lo que deben hacer los turistas es informarse bien para que no tengan temor. En Baños tenemos un excelente sistema de alerta temprana, vigías, Cruz Roja y un plan de manejo de emergencias. En lugar de tener miedo, la gente debería venir a disfrutar de las maravillas del volcán y la ciudad.
Luisa Guevara 48 años, habitante del sector El Salado en Baños
‘Poco a poco me he ido acostumbrando al volcán’
Vivo desde hace un año en Baños. Antes residía en Quito, pero mi papá se enfermó y me trasladé con mis tres hijos acá. La erupción es una experiencia inexplicable. Para mí es nueva y creo que por eso me asusta más que a los demás. El sonido y la vibración de cada explosión son terribles, especialmente en las noches. A veces hasta he pensado en regresar a Quito. Pero no, sigo acá. Mis hijos están fascinados. A ellos los parece una experiencia única y maravillosa. El Salado es el único lugar en las partes bajas de Baños donde se puede ver al coloso cuando está despejado. Somos privilegiados, pero aquí, junto a la cuenca del río Bascún, vivimos en un sector vulnerable. Mi papá, que siempre vivió aquí, decía que no pasaba nada.
Ángela Merino 22 años
‘No tengo temor, ya viví la primera erupción’
Toda la noche se escucharon los tiros del volcán. Sabemos que algunas personas evacuaron ayer de madrugada, pero nosotros no oímos los megáfonos. Estábamos profundamente dormidos. Además, no tengo temor. Por eso tampoco salgo. Con mi familia siempre permanecemos en la casa. El viernes también nos dijeron que fuéramos a los albergues, pero nos quedamos. Cuando era niña ya viví la primera erupción y tampoco tuve temor. Y en ese entonces las explosiones eran mucho más fuertes y las vibraciones también. Estoy seis años en la zona del Bascún. Vivo con mi esposo, que trabaja en la obra de la piscina de El Salado, y con mis dos hijos de 5 y 3 años. Ellos son mi prioridad. Tengo una bolsa para emergencia con agua, galletas y todo lo necesario, especialmente, para los pequeños.
María Beatriz Casco 66 años, moradora del sector Bascún
‘No dejo mi chacra ni mi casita de bloque’
Nací en esta ciudad y no me iría por nada del mundo. La erupción de la Mama Tungurahua ya es parte de nosotros. La Policía nos vino a evacuar en la madrugada del martes, pero no salimos con mi esposo. Ya sabemos que no pasa nada. Hoy salimos a sembrar porque tenemos que vivir de algo para comer. Por lo general vendemos jugo de caña, pero con la falta de turistas en El Salado, el negocio decayó. Ahora mis cuatro hijos, que viven en Quito, me ayudan. Necesito cultivar. Tenemos fréjol, arveja y morocho. Los bramidos se escuchan todo el tiempo. Son constantes y hacen vibrar la tierra. Yo no estuve en la primera erupción. Mi esposo sí y dijo que lo más duro fue la evacuación. Ahora no nos atrevemos a dejar sola nuestra chacra ni nuestra casita de bloque. Tememos que se roben algo.