Tras nueve días de haber sido declarados como desaparecidos, el lunes en la noche y en la mañana de ayer fueron encontrados los cadáveres de José Mero, de 45 años, y de su hijo Javier, de 18.
La última vez que se los vio fue en la tarde del lunes 19, antes de que una ráfaga de vientos fuertes azotara a la zona costera de Manabí. Sus familiares dijeron que salieron a pescar desde Crucita.Según las investigaciones, la lancha fue alcanzada y azotada por los fuertes vientos.
Los cuerpos fueron encontrados flotando frente a la playa de Crucita, por los pescadores de la zona. El primero en aparecer fue el cadáver de José. Fue hallado el lunes a las 19:00, en la zona La Boca, donde el río Portoviejo se une con el Océano Pacífico.
Fue trasladado en una lancha de fibra de vidrio hasta el sitio Los Ranchos, donde vivía. Unas 3 000 personas esperaron la llegada del cadáver en la playa.
Su esposa, Blanca Arteaga, y sus cinco hijos trasladaron el cuerpo hasta su casa, a 300 m de la playa. Allí lo vistieron con pantalón negro y camisa blanca. El cadáver emanaba un mal olor, debido a la descomposición. Por esa razón, fue enterrado dos horas después.
Arteaga se mostraba debilitada. “Dice que no tiene hambre y no come. Eso nos preocupa, porque puede afectar a su embarazo”, comentó ayer Piedad Zambrano, representante de la Junta Parroquial de Crucita.
Los familiares no terminaban de llorar a José en el cementerio de la localidad y la noticia sobre la aparición del cuerpo de Javier se regó en el enclave marino.
“¡Apareció! ¡Apareció el Javier!”, gritaba desesperado un niño de nueve años. Él llegó hacia la parte alta de Los Ranchos, para dar la noticia. El pequeño apenas podía hablar. Estaba agitado por la carrera que emprendió.
Eran las 10:00. Arteaga parecía desvanecerse. Javier era hijo del primer compromiso de su también fallecido esposo.
En Los Ranchos, la tristeza ronda las calles. El cuerpo de Javier también fue vestido de negro y enterrado de inmediato.
Para comprar los féretros, los vecinos del lugar hicieron una colecta. La familia es de escasos recursos económicos.
Después del fugaz funeral de Javier, Arteaga fue llevada de emergencia al hospital Verdi Cevallos de Portoviejo. La tensión le causó un riesgo de aborto. El pronóstico es reservado.
Desde el miércoles pasado, ella golpeó las puertas de las casas de sus vecinos, para pedir alimentos. Arteaga no trabaja y dependía de los ingresos que obtenía su esposo por la venta de pescado.
Le regalaron arroz, aceite y carne. Ayer, no podía hablar y lloraba desconsoladamente. En Los Ranchos, ya no se ve el movimiento de las lanchas y del helicóptero que utilizaron los socorristas para buscar los cadáveres.