En el cantón Jaramijó se concentra la mayor cantidad de bongos, que son utilizados por los pescadores artesanales. Foto: Patricio Ramos / EL COMERCIO.
Cuando navega cerca de la playa, su forma se asemeja a un tiburón y se bambolea con facilidad en mar abierto.
Se trata del bongo, una canoa de madera de origen ancestral, corta, pequeña y chata. Esta embarcación aún surca el mar al filo de la playa y se aleja 5 millas del borde costero de Manabí, cuando sus tripulantes van a las faenas de pesca.
La historia del bongo quedó plasmada en el libro ‘Cultura Manteño-Huancavilca’ del antropólogo Olaf Holm. En uno de sus párrafos Holm describe: “Los indios son habilísimos pescadores, las barcas que emplean para pescar como para navegar son a manera de armadija, estas embarcaciones las construyen unas largas y otras cortas, estas últimas refiriéndose a los bongos, las naves llevan de acuerdo a su extensión, un mayor o menor número de velas”.
Desde entonces las generaciones de pescadores fueron heredando la navegación en bongos. Estas naves son utilizadas también en Esmeraldas, Guayas, Santa Elena, El Oro y algunos sitios de la Amazonía, especialmente en rutas fluviales de tramos cortos.
Desde el enclave marino de Jaramijó, en el noroeste de Manta, navegar en bongo a remo y la ayuda de una vela plástica es una práctica común.
Manuel Parrales, un pescador artesanal con 45 años de oficio, es uno de los pocos pescadores que cree que es mejor hacerse a la mar sin utilizar motores fuera de borda, que necesitan combustible.
Parrales, junto a Lorenzo Castro y cinco pescadores, salen cada ocho días a pescar hasta por tres días.
Ubican los bongos de cuatro metros de largo por 80 centímetros de ancho y 50 centímetros de profundidad sobre la cubierta de una balandra (bote impulsado a vela). La balandra hace de buque madre, una vez en mar abierto. Después de cinco horas de recorrido los bongos son lanzados y empiezan a pescar. “Nosotros vamos en busca de los peces de roca como corvinas y cabezudos”, indica Castro
El bongo es versátil. Se lo lleva desde la tierra hacia el mar y viceversa. Bastan dos troncos cilíndricos y dos personas para que lo empujen sin problema.
Estas naves son muy útiles para transportar personas a los muelles artesanales de San Mateo y Jaramijó. Además, son utilizados para trasladar y soltar las redes al filo de playa para la pesca del chueco y chumumo (peces diminutos que viven y se reproducen en la línea costera de Manabí).
En Jaramijó se concentra el mayor número de bongos de Manabí: 80, de los que más de 50 están entre la playa y el muelle artesanal. Otros 30 están en los portales de las viviendas en las partes altas del poblado. Sus dueños van de pesca hasta tres veces por semana.
Alonso Castro, de 60 años, rema su bongo frente a Jaramijó. “Vamos en busca de los langostinos, si tenemos suerte por ahí traeremos 10 libras, pescaremos por 5 horas y luego regresamos a tierra”.
La versatilidad del bongo permite a los pescadores salir rápidamente desde la playa sin dificultad. En marea alta es más fácil, porque el agua sube y se forma una especie de piscina.
¿De qué está hecho el bongo? Antiguamente, cuenta Parrales, cuando había árboles grandes y anchos simplemente se daba la forma al tronco con la ayuda de herramientas de carpintería. Primero se ahuecaba el tronco y luego se formaba la punta de la proa (parte delantera de la embarcación), mientras que la parte posterior es chata, por lo general.
En la actualidad, el bongo es elaborado con tablones de cedro, recubiertos -por dentro y por fuera- con fibra de vidrio y resina. Hasta hace 10 años, sus uniones eran selladas con estopa de coco. Uno de estos pequeños botes cuesta entre USD 800 y 1 000.
El escritor argentino radicado en Manta, Ricardo de la Fuente, dice que hasta 1949 cuando eran abundantes los cedros los bongos también eran numerosos.
El pescador José Lizandro Cedeño llegó a Manta hace 58 años, desde Esmeraldas. “Recuerdo que mi padre me compró un bongo para empezar con el oficio de pesca a la orilla”. El físico es vital para pescar con un bongo, pues los brazos son el motor para remar y ya en el sitio escogido de la pesca los brazos siguen trabajando. “Es la pesca del ñeque y el coraje”.