Anita Lucía Lara toma fotografías de sus compañeras, mientras ciernen la tierra que usarán para preparar la arcilla. Fotos: Alfredo Lagla / EL COMERCIO.
Pasando por la carretera desde Ibarra hacia Mira hay un letrero que invita a pasar a la comunidad de Mascarilla. Se entra por una calle silenciosa, cubierta de adoquines, que conduce a la iglesia de la comunidad.
El pueblo carchense, polvoriento y caluroso, es reconocido por sus máscaras de arcilla, hechas a mano. Solo unas leves lloviznas ayudan a asentar un poco la tierra en su permanente vuelo. De repente, el rítmico sonido de la bomba interrumpe la pasividad de la tarde.
Anita Lucía Lara invita a los visitantes a una sala. Allí, sus compañeras tienen las manos manchadas en tonos plomos y grises, de tanto modelar arcilla.
Betty Acosta moja sus dedos para pulir la máscara que está terminando. Dice que para darle forma usan fundas plásticas, botellas, tejas y tubos de PVC. Para los acabados y detalles se ayudan con cuchillos, estiletes, palos de chupete, etc.
Mientras ellas trabajan, Anita Lara corre a ponerse ropa típica del valle del Chota y se sujeta el cabello con cintas de colores. Con una botella llena de agua sobre su cabeza, baila al ritmo de su música favorita. Todo es alegría en el taller de la Asociación Grupo Artesanal Esperanza Negra, fundada legalmente hace 10 años, pero que empezó a formarse hace 16.
Muchos visitantes creen que el nombre del pueblo de Mascarilla se debe a las artesanías que se hacen allí. Pero Betty Acosta aclara que solamente se trata de una coincidencia.
Según su relato, en realidad el nombre surgió de las épocas en que la comunidad afro estaba esclavizada. Afirma que los hacendados los elegían por ser “más carillas”, que significa “más fuertes”, en kichwa.
Edita Méndez está de visita en el caserío y aprende a moler la tierra, que está sobre un plástico negro grande. Al principio solo la pisa con fuerza, pero luego baila sobre ella, contagiada por el son de la bomba. Como la mayoría de visitantes que llegan a Mascarilla, ella aprovecha para aprender algo del arte que caracteriza a este poblado carchense.
Méndez termina acalorada luego de su entretenido baile sobre la tierra y entonces le toma la posta Rubí Chalá, quien empieza a cernirla, con ayuda de una compañera de trabajo.
Esta tradición de elaborar máscaras de arcilla tiene 16 años en la zona. Betty Acosta relata que en esa época llegó un voluntario de Bélgica a la comunidad. Había trabajado por algún tiempo en Esmeraldas. “Él es arqueólogo y es casado con una ecuatoriana. Descubrió la tierra y nos incentivó. Nos trajo unas piezas de arte, unas máscaras. Solo las mirábamos, no las copiábamos. Toda la creatividad es nuestra. Trabajábamos cosas que nunca habíamos visto pero que sí hay en África. Él decía que tenemos mucho potencial, por nuestra ascendencia. Nos gustó muchísimo y aquí está la respuesta”.
Las 13 personas de la Asociación hacen además aretes, collares, portarretratos, etc. Los han exhibido en ferias en el resto del país, así como en Bogotá e Italia. También se las vendieron a un grupo canadiense de comercio justo.
Cuando tienen arcilla en sus manos, todo fluye. Los ojos, la nariz, la forma de la barbilla, el grosor de los labios… en los detalles se refleja el estilo particular de cada artesana.
Ellas tenían el material y el talento en sus manos, pero no lo sabían. Ahora son unas expertas. Cada cierto tiempo se levantan temprano y van a las lomas aledañas. Seleccionan la tierra perfecta para que sea lo suficientemente elástica y moldeable. Luego la cargan en costales y se la llevan a la casa. Eso les toma un día entero.
Luego de enseñar a bailar con la botella en la cabeza a una turista, Anita Lara detalla cómo hace sus máscaras. “Pongo la arcilla y empiezo siempre por la nariz. Luego van los ojos”. Inicia en un pedazo de plástico y luego la pone en una teja, para que tenga una curvatura leve.
Mientras trabaja, no para de cantar y de bailar alegremente: “Este ritmo de negros, este ritmo sabroso, este ritmo festejo aquí (…) Le dije a papá yo quiero cantar, yo quiero tocar. Le dije a papá quiero ser tan bueno como lo eres tú”. En unos minutos la máscara está terminada.
Después de cinco días, las obras estarán listas para entrar por seis horas al horno. Luego las pintan con betún para zapatos y otros materiales.
Las obras terminadas parecen estar talladas en madera lacada y se exhiben en un pequeño local, frente al taller. Esta es solo una de las formas de ganarse la vida de estas creativas y luchadoras mujeres que han rescatado su herencia afro y la han convertido en arte.