Democracia alternativa quiere decir que el poder tiene fecha de caducidad; cuando elegimos a nuestros líderes conocemos la fecha precisa en que concluirá su mandato. Los autoritarismos no aceptan esta contingencia y, con diversas argucias, alargan indefinidamente su mandato. Entonces se hace inevitable la pregunta: ¿cuánto durará? Hay tres respuestas características para esta pregunta.
“Durará lo que él quiera durar”, es la respuesta que dan los del círculo íntimo, los serviles, los que medran del poder. Pero desde que se plantean la pregunta ya ingieren un veneno mortal: la angustia de volver a la vida simple, despojados de poder. La sola posibilidad del fin, exacerba la maldad de los tiranos y empiezan a ver enemigos en todas partes.
“Durará lo que tenga que durar”, es la respuesta de los que creen en oráculos porque piensan que el porvenir es inevitable, que es inútil cualquier intento por modificar el curso del destino, lo mejor para ellos es aceptar, soportar y esperar.
“Durará lo que queramos que dure”, es la respuesta de aquellos que no esperan que los hechos ocurran sino que los provocan. Ellos inician la resistencia y logran que la protesta se haga masiva. El miedo generalizado desaparece y es el tirano el que empieza a mostrarse inseguro, a hacer declaraciones contradictorias, a fanfarronear en público y negociar en privado.
Es lo que está ocurriendo ahora con los regímenes autoritarios del mundo árabe. Todos se preguntan ahora: ¿Cuánto durará Muamar el Gadafi?
No importa si tarda en caer o si cae pronto, lo que realmente importa es que la comunidad internacional ha superado los dilemas que le paralizaban y ha decidido impedir que los sátrapas del mundo perpetúen su maldad y se mofen de los organismos internacionales.
Superados los dilemas entre moral y pragmatismo, entre injerencia humanitaria y “real politik”, entre buenas razones y malas soluciones, la comunidad internacional ha decidido intervenir, por razones humanitarias y para proteger a la población civil de las artimañas de sus propios dirigentes.
Las sombras que empañan la acción militar en Libia son: la sospecha de que las potencias tengan más interés en la provisión de petróleo en el mercado internacional que en los Derechos Humanos, los misterios que determinan la intervención en unos países y no en otros y la hipocresía de los países que aprueban la operación y participan en ella, pero tienen poder de veto que impediría una decisión similar tratándose de ellos.
A pesar de estas sombras, el mundo ve como inevitable la intervención en países como Libia porque, en palabras de la filósofa Thérése Delpeche, “dejarle las manos libres sería simplemente ineptitud y señal muy peligrosa para los autócratas de todo pelaje”.