Donald Trump apeló al nacionalismo y ratificó el papel estelar de EE.UU.

Uno de los primeros documentos que firmó el presidente Trump fue la designación de su gabinete; lo acompañan su familia y líderes del Congreso. Foto: EFE

Uno de los primeros documentos que firmó el presidente Trump fue la designación de su gabinete; lo acompañan su familia y líderes del Congreso. Foto: EFE

Uno de los primeros documentos que firmó el presidente Trump fue la designación de su gabinete; lo acompañan su familia y líderes del Congreso. Foto: EFE

Donald Trump abrió el viernes 20 de enero del 2017  una nueva faceta en Estados Unidos y en el mundo. Lo hizo confirmando lo que venía anunciando desde la campaña electoral: que como presidente de la primera potencia global hará saltar el ‘establishment’ por los aires.

“Nosotros, los ciudadanos de Estados Unidos, estamos ahora unidos en un gran esfuerzo nacional para construir nuestro país y restablecer el futuro prometedor para todo nuestro pueblo”, manifestó a los pies del Capitolio, en Washington.

Lo escuchaba Barack Obama, el mandatario al que acusa de haber echado a perder el país y cuyo legado se apresta a desmontar. Para ello cuenta con un Congreso dominado por su Partido Republicano en las dos cámaras.

En su primer discurso como presidente, calificado por su secretario de prensa como un “documento filosófico”, dejó clara su máxima: “America first” (America primero). Era lo esperado. “Una nueva visión gobernará nuestro país”, aseguró el magnate.

Las palabras pronunciadas el viernes por Trump están pensadas para marcar el rumbo del país en los próximos cuatro años. El populismo que antes se estableció en América Latina y que está recorriendo ya Europa se instaló, según analistas, este viernes en Washington con su investidura como presidente número 45. Trump dijo a los estadounidenses que les entregará de nuevo el poder que había concentrado Washington.

El magnate neoyorquino siempre se ha referido con el nombre de la capital al ‘establishment’ con el que quiere acabar. “Estamos transfiriendo el poder de Washington DC y devolviéndoselo a ustedes, pueblo americano. Nunca más volverán a ser ignorados”, dijo. “Juntos haremos a Estados Unidos ganar de nuevo, estar orgulloso de nuevo, ser seguro de nuevo, y sí, juntos haremos a Estados Unidos grande otra vez”, prometió acudiendo de nuevo al lema principal de su campaña electoral: “Make America great again” una frase con la que convenció en las elecciones a hombres blancos de la clase trabajadora a quienes la globalización había golpeado los últimos años.

En su discurso aludió a los trabajadores y familias estadounidenses, a los que prometió beneficiar; defendió el proteccionismo económico, acudió al patriotismo y prometió defender al país del terrorismo. “Uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo radical islamista, que desaparecerá totalmente de la faz de la Tierra”.

Independientemente de la evaluación que hacen seguidores y detractores de él, nadie puede discutir que la llegada de Trump al poder supone un hecho extraordinario. Hace poco más de año y medio, cuando lanzó su candidatura a la Casa Blanca en un partido al que ni siquiera pertenecía, nadie apostaba por el showman multimillonario, conocido en el país por su famosa torre en Nueva York y por un reality de televisión. Pero aquí está. Ahora tiemblan una parte de la sociedad norteamericana y una parte del mundo.

Al frente de la primera fuerza económica y militar se sienta un hombre sin experiencia política -es el primer presidente de Estados Unidos que no ha desarrollado trabajo previo ejecutivo o legislativo, tampoco militar-, con un discurso que ha despertado tensiones xenófobas y racistas, y en el que la línea divisoria entre la verdad y la mentira se ha demostrado en ocasiones muy fina.

En política internacional, sus movimientos previos anticipan un pulso delicado con China, un acercamiento a la Rusia de Vladimir Putin (su amigo), un enfrentamiento dialéctico con Europa, problemas en la OTAN, un cambio en el papel de su país en los países de Oriente Medio y un suplicio para México, al que ya ahoga económicamente y en cuya frontera quiere un muro.

Protestas contra Trump

Más de 50 congresistas estadounidenses boicotearon con su ausencia la toma de posesión y en las calles de Washington hubo el 20 de enero protestas contra él. Algunas fueron violentas, con rotura de escaparates, vehículos incendiados y enfrentamientos con la Policía.

Según las informaciones de las fuerzas de seguridad, a media tarde (local) había más de 200 detenidos. Las calles de Washington DC estuvieron  tomadas por la Policía, tanquetas militares y controladas por una veintena de ‘check points’.

Sin embargo, la mayor manifestación es el sábado 21 de enero. Se llama Marcha de Mujeres porque así comenzó a organizarse en la madrugada del triunfo electoral de Trump, pero a ella han ido sumándose otros colectivos sociales. “Que el Presidente sepa que lo estamos mirando, que lo estamos vigilando”, dijo a DPA la cineasta colombiana Paola Mendoza, directora artística de la manifestación y una de las personas del comité nacional.

La organización espera la asistencia de 200 000 manifestantes, una cifra muy alta para Washington. Ningún presidente estadounidense ha sido recibido con tal movilización social en su contra. Hubo otras protestas en Nueva York y ciudades de California.

Pero, las protestas han trascendido las fronteras estadounidenses. Europa, América Latina y Asia registraron manifestaciones cuestionando al presidente Trump. En la capital holandesa, Ámsterdam, los manifestantes se ubicaron frente al Consulado estadounidense en esa ciudad.

En Londres ocurrió algo similar, pero frente a la Embajada de EE.UU. en ese país. En Berlín, Manila, México, Lima y otras hubo más protestas.

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