Un grupo de turistas observa afiches con la imagen del líder histórico Fidel Castro, en una calle de La Habana, en Cuba. Foto: EFE
En la madrugada del pasado miércoles 17, tres aviones encendían sus motores en bases militares de Estados Unidos y Cuba como parte de una misión ultrasecreta y cuyo resultado se convertiría, pocas horas después, en uno de los acontecimientos más importantes de las últimas seis décadas.
En el interior del primero, que iba rumbo a Cuba, estaban tres espías del régimen castrista a los que el presidente Barack Obama acababa de perdonar tras estar varios años en prisión.
En el segundo viajaba un espía que había pagado 20 años de prisión en La Habana; y en el tercero, una delegación de congresistas de EE.UU. que debía recoger en la isla a Alan Gross, el funcionario del Departamento de Estado que fue arrestado en el 2009 y cuya suerte se había convertido en otro gran obstáculo para las ya de por sí tensas relaciones.
Todo era parte de un intercambio de prisioneros meticulosamente coreografiado, que se materializó a las 11:15, cuando la última de las aeronaves, la que llevaba a Gross, aterrizó en la base Andrews, en las afueras de Washington.
Minutos después, los presidentes estadounidense y cubano, Barack Obama y Raúl Castro, anunciaron al planeta la buena nueva. El intercambio, dijeron, abría la puerta para lo impensable: el restablecimiento de las relaciones diplomáticas luego de 55 años de hostilidades.
Pero llegar allí no fue fácil. De hecho, las negociaciones tardaron 18 meses y estuvieron a punto de fracasar de no ser por la intervención del papa Francisco. Para los cubanos, todo fue resultado de “la última conspiración de los hermanos Castro”, en el buen sentido. “Ellos conspiran mucho”, dijo a El Tiempo una fuente conocedora de la realidad política de la isla. La trama estuvo tan bien armada que Mariela Castro, hija de Raúl, reconoció que no tenía idea: “Para nosotros todo ha sido una sorpresa”.
La historia arranca incluso antes de que Obama llegara al poder. Durante su campaña para las elecciones del 2008, el aún desconocido afroamericano había pedido a sus asesores que le redactaran un plan para acabar con el embargo de la isla o al menos suavizarlo. Obama creía que la política de garrote usada por más de 50 años, además de ineficaz, le salía cara al país en el tablero internacional.
La carta de Hillary Clinton
En el 2009, y ya sentado en la oficina oval, puso el tema en la parte alta de la agenda de su primer período, junto con la reforma de la salud y la migratoria. Pero los planes se vinieron al piso con la detención de Gross ese año. “Nadie hubiese entendido que pretendiera normalizar las relaciones con Cuba cuando el régimen detenía a uno de sus funcionarios de manera ilegal”, sostuvo una fuente de la Administración.
De acuerdo con la fuente, Hillary Clinton, entonces su secretaria de Estado, era uno de los principales proponentes de un cambio de política hacia la isla y cuando se retiró, en febrero del 2013, le escribió un carta personal a Obama en la que lamentaba no haber podido lograr la liberación de Gross, pero le pedía no desfallecer en sus esfuerzos por sanear de una vez por todas esa pesada herencia de la Guerra Fría. Fue por esos días, precisamente, cuando Obama autorizó el inicio de un diálogo exploratorio con Cuba por el caso Gross.
Para el trabajo, escogió a Ben Rhodes, uno de sus asesores más cercanos, y a Ricardo Zúñiga, hoy su asesor para Latinoamérica en el Consejo Nacional de Seguridad. Zúñiga era clave, pues venía de estar varios años en la Oficina de Intereses de EE.UU. en La Habana -el único contacto diplomático existente- y conocía personalmente a Raúl Castro.
Por los lados de Cuba, la cosa tampoco fue fácil. Históricamente, los Castro habían utilizado a amigos, como el fallecido escritor colombiano Gabriel García Márquez, o a diplomáticos extranjeros, como mensajeros en asuntos vitales.
En esta ocasión fue en sentido inverso: el presidente uruguayo, José Mujica, fue el encargado de llevar un mensaje de Obama a Raúl. En esencia decía que EE.UU. estaba dispuesto a negociar. Obama, en su discurso del miércoles 17, reconoció que en mayo del 2013 había pedido a Mujica intervenir ante Castro. En junio del año pasado, Mujica fue recibido en el Vaticano. La reunión fue mucho más larga que las audiencias protocolarias normales de los mandatarios.
El Papa pidió a Mujica hacer todo lo posible para ayudar a destrabar conflictos en América, concretamente el proceso de paz en Colombia y el embargo contra Cuba. Así las cosas, en ese junio, las partes se reunieron por primera vez, cara a cara, en Ottawa, capital de Canadá. “Era un grupo muy pequeño y nadie estaba al tanto de sus avances, salvo el Presidente (Obama) y un puñado de personas de la Casa Blanca”, explicó una fuente cercana.
De allí en adelante el grupo se reunió siete veces más, siempre bajo el paraguas del Gobierno canadiense, que mantiene relaciones con Cuba y se ofreció como garante. Desde el comienzo, los cubanos plantearon un canje mano a mano entre los tres espías presos en Florida y Gross.
Pero EE. UU. se negó de plano, pues, para ellos, Gross era un rehén que había sido detenido injustamente y debía ser liberado sin condiciones. A cambio ofrecían el posible restablecimiento de las relaciones diplomáticas y suavizar las sanciones.
Pero las conversaciones se estancaron durante varios meses, hasta marzo de este año, cuando Obama visitó al Papa en el Vaticano donde le pidió interceder. Y así lo hizo: el Papa escribió una carta a ambos líderes, en la que les pedía ceder ante los enormes beneficios de un acuerdo. Los últimos detalles del intercambio se pactaron en octubre pasado en Roma, bajo la tutela del Papa.