Redacción Quito
Cuando hay partidos de fútbol en el estadio Olímpico Atahualpa, René Freire cambia de semblante. El hombre de 30 años labora en la esquina de la avenida Naciones Unidas y República de El Salvador, en el norte de la ciudad.
Allí, en una caseta negra de 2m² exhibe confites, bebidas y cigarrillos. Lo hace desde 2006. La ubicación de su negocio es clave durante los encuentros deportivos. “El día de los partidos, mis ventas se incrementan un 50%”, precisa el comerciante lojano.
Al frente de Freire se halla el restaurante Pinchos BBQ. Alfredo Muñoz, administrador del local, cuenta que los días de los torneos deportivos aumenta el número de empleados, para lograr atender a los cientos de clientes que lo visitan. “Es impresionante. Aquí no hay ni dónde poner un pie. Todo está lleno”. El sitio tiene capacidad para 100 personas.
Al igual que en Pinchos BBQ, Freire también toma precauciones para los días deportivos. Él asegura que destina más presupuesto para llenar de provisiones su quiosco. “Incluso trabajo con más motivación”.
No solo los comerciantes se animan con los cotejos. Los residentes del sector también levantan su ánimo. En criterio de Wilson Lara, morador, la
algarabía de los asistentes al estadio es contagiosa. “Cuando no hay fútbol pasamos tristes. ”.
A pocos pasos de Lara, se encuentra el almacén Ditaldesign. Allí labora Giselle Gómez. Ella también coincide en que esos días hay más movimiento de personas. Y afirma que los problemas se incrementan. Por ejemplo, las calles se llenan de basura. “Al siguiente día, todo queda hecho un desastre”.
Con Gómez coincide la vecina María Jungal. La mujer vive en la calle Manuel María Sánchez, frente al Olímpico. “La vía y los alrededores del Estadio sí se quedan sucios. Pero vienen personas a limpiar”, aclara Jungal.
A media cuadra de la vivienda de Jungal, Las papas de la Mary esperan por comensales. Con una amplia sonrisa, la vecina Barbarita Morales recrea el ambiente festivo que se respira los días de fútbol. “Es más que una fiesta. El ruido es enloquecedor. Y cuando juega la Selección es una locura”, reseña la comerciante.
Morales, además, afirma que la jornada de trabajo se extiende. “Un día habitual trabajamos hasta las 15:00. Pero los días de fútbol laboramos hasta las 20:00. O hasta que se acabe el encuentro”.
Blanca Mejía, lugareña y tendera, también dice beneficiarse de los actos que se presentan en el Atahualpa. “Al estar cerca de los centros comerciales, los vecinos no compran. Ni las golosinas se venden. En cambio, cuando hay un espectáculo los asistentes consumen”.
Aunque, a diferencia del resto de personas, Arturo Moya, propietario de un local, se muestra apático. Dice que los días de fútbol se complica la convivencia. Coincide con los vecinos en algo: las calles del sector se quedan con basura. Y los comerciantes aumentan notablemente sus ganancias. Moya agrega que los espectáculos traen consigo problemas de inseguridad.
Freire, por su lado, continúa ofertando sus golosinas al centenar de transeúntes que transita a diario por la av. Naciones Unidas.
Testimonio Armanio Tawadroes / Vecino
Llegué al Ecuador hace 15 años. Cuando dejé mi país natal, allá en el Oriente Medio, la cuna de la civilización, traía miles de esperanzas, ideas y proyectos.
Ahora poco a poco veo cómo se desvanecen. Eso porque pese a que amo al Ecuador, he encontrado trabas y obstáculos para conseguir mis propósitos.
Una de las aspiraciones que tenía fue la creación de un instituto. Allí tenía previsto enseñar temas referentes a la formación integral del ser humano. Eso implica el desarrollo intelectual, la ética y el gusto por la estética.
Durante mi permanencia en Ecuador he observado la falta de vida comunitaria. Por ejemplo, aquí en mi sector falta mucha solidaridad. No sé si es egoísmo, arrogancia o sencillamente la falta de cooperación.