Los rugidos acallan los golpes de martillo en el malecón de Tarqui. Provienen de vehículos 4X4 a escala, operados a radio control por jóvenes que compiten entre sí desde una torre metálica, en la pista de automodelismo de Manta.
A sus espaldas, hombres de piel tostada entierran columnas de caña y clavan tiras de madera para armar caletas, con planchas de cinc y plástico como techos.
El ‘bosque’ de cañas cambió el paisaje en La Poza, una planicie entre el puente a desnivel del Malecón (al sur) y la desembocadura del río Manta (al norte) y que solo se convertía en feria durante las fiestas de Manta.
Allí, más de 1 000 comerciantes este fin de semana levantaron covachas de caña con la idea de colocar puestos informales de ropa, mariscos y hortalizas para retomar las actividades económicas luego de que sus negocios colapsaran en Tarqui por el terremoto del 16 de abril.
“Estamos endeudados”, dice Patricia Miranda y su mirada se dirige a Tarqui. “Mi marido y yo trabajábamos con una carreta de ropa en la esquina de la selecta, donde está el Banco Pichincha y el centro comercial Navarrete, todo lo que se vino abajo. Cuando pasó el terremoto él me jaló y por suerte no nos pasó nada”.
Ayer, EL COMERCIO ingresó a la esquina de la Calle 102 y Avenida 109. La zona es custodiada por soldados equipados con subametralladoras Uzi y mascarillas, en medio de un intenso olor a materia orgánica descompuesta.
Junto a la fachada azul del Mercado Municipal de Tarqui, una decena de hombres con chalecos naranjas cargaba en dos volquetas costales, fundas y cartones con lo que se pudo salvar de las bodegas posteriores del centro comercial Navarrete, un edificio de cinco pisos reducido a restos de cemento, varillas oxidadas, material de papelería, ropa y plástico, un cerro que cubre la calzada de la Avenida 109.
Zona Cero en el sector de Tarqui, lugar donde fue más devastador el sismo del 16 de abril de 2016. Foto: Julio Estrella/EL COMERCIO
“Yo perdí unos 10 000 dólares”, asegura Miranda, resignada, sentada sobre un banco de madera, entre los cuatro cáñamos que desde este lunes 2 de mayo será su puesto de expendio en La Poza. “Tengo un carro que lo estaba pagando y como me había atrasado me lo quitaron. Hay que ver cómo el banco nos ayuda con la deuda. No voy a mandar a mis hijos al colegio. Plata no hay para uniformes ni nada”.
Los comerciantes se habían endeudado por la temporada de inicio de clases, explica Jorge Mero. Incluso, algunos recurrieron al chulco, “que les cobraba 20% diario de interés. Ahora necesitan volver a trabajar”, sostiene Mero, presidente de la Unión de Asociaciones de Floresmilo Mendoza Catagua de la parroquia Tarqui, quien espera que hasta La Poza lleguen 1 500 comerciantes, “por eso hemos fijado puestos de 2×2 metros”.
Felipe Plúas, de 70 años, y su esposa María Suárez, de 69, no esperaron a la apertura de la La Poza.
El sábado y ayer pararon una mesita para vender mochilas fucsias y zapatillas de correas brillantes junto al parterre de la avenida 4 de Noviembre, frente al antiguo CDP de Tarqui. Cuatro cuadras de esa arteria fueron tomadas por mercaderes, entre vehículos que circulan en el único paso habilitado, de occidente a oriente.
El comercio se tomó las calles en la Av. 109 en el barrio Tarqui. Foto. Julio Estrella / El Comercio
“Aquí seguimos luchando”, dice Plúas, quien se cubre del sol con una gorra y viste camisa. “Gracias a Dios ese día le dije a mi mujer vámonos a las 5 de la tarde, guardamos dos saquitas con los productos en una casita que no se cayó y el terremoto nos cogió en nuestra casa en el barrio Santa Ana”. “Ya tenemos un lugar para ir desde mañana a La Poza, pero queremos un puesto estable, como estábamos en Tarqui”, agrega María, con el cabello cano templado bajo invisibles, a 100 metros de las vallas metálicas del Ministerio del Interior que impiden el paso a Tarqui, el lugar donde fallecieron la mayoría de las 260 víctimas reportadas en Manta, tras el terremoto de hace 16 días.
Los puestos de los comerciantes asociados en la Zona Cero de Tarqui ayer estaban abandonados, con las puertas enrrollables metálicas cerradas, entre cables caídos en la calzada y edificaciones con paredes suspendidas en el aire y con roturas en columnas, a punto de venirse abajo.
“Aquí en La Poza estamos seguros, es un lugar abierto, no hay edificios que nos puedan caer encima”, dice Mero, mientras termina de martillar las ‘vigas’ de su caleta.
En la misma hilera de puestos, al oriente de la explanada, Carlos Menéndez expresa su única preocupación: “Las autoridades no intervienen para evitar que en La Poza se instalen vendedores que no laboraban en Tarqui. Aquí nacen nuevos comerciantes. Eso será un problema para las autoridades cuando seamos reubicados”.
Menéndez, al frente de un puesto de correas y presidente de la Asociación 17 de Septiembre, se refiere al plan municipal de reubicación para los comerciantes de Tarqui, en un terreno detrás de la Comisión de Tránsito, al norte de Manta. Mero sostiene que, en tanto, por la desesperación, los vendedores de Tarqui estarán a La Poza. “Venimos por nuestra iniciativa, nadie ha pagado por un puesto”, agrega.
“No. La Poza no ha sido invadida”, asegura el alcalde de Manta, Jorge Zambrano, en diálogo con EL COMERCIO. “Yo les autoricé porque no puedo evitar que ellos de alguna manera se defiendan. Les pedí a los comisarios municipales que no les hagan ningún problema en este momento. Estamos trabajando paralelamente en la adecuación de un espacio más grande, donde se van a reubicar todos de manera ordenada en el momento en que ya esté lista esa infraestructura, entonces sí vamos a ejercer el control. Ahora no podemos hablar de desorden ni de invasión, sino de
autorización”.
¿Y los comerciantes que no eran de Tarqui?
“Los comerciantes informales de 31 asociaciones representan unos 1 500. Pero había también algunos informales que no estaban asociados. Y también había los formales, de muchos locales pequeñitos. Yo no puedo evitar que ese hombre pobre venda; si se pone alguien aquí a vender en esta vereda, yo lo voy a dejar, voy a permitir que se desordene la cuidad un tiempo, pero eso no va a ser permanente, no puede ser permanente. Una vez tenga todo listo para llevarlos en el nuevo lugar, los desalojaremos, ahora no”.
Menéndez, no obstante, advierte un conflicto. “Más de 100 personas aparecieron para instalarse en una zona que no estaba prevista, alrededor de la pista de carros. Ese lugar no lo teníamos contemplado utilizar”.
Jorge Cuenca, comerciante de ropa, ajusta con cuerdas las cañas de su caleta junto a la pista de automodelismo y tiene otra lectura. “Yo tenía mi puesto interior en la Bahía de Tarqui, soy de la Asociación Del Progreso, que recoge a 200 vendedores. Aquí el único inconveniente es la cancha de personas que quieren el espacio para venir en las tardes a jugar con carritos, en lugar de, en este momento de la tragedia, dar la oportunidad a otras personas para que tengan sus puestitos de trabajo”.