Hay que admitir que el reciente pronunciamiento del Consejo de Regulación de la Comunicación, en donde se pide un debate que no ocasione “temor social”, a propósito del Código Monetario, causará satisfacción en la gente que mira a la prensa como el principio y el fin de todas las desgracias en el Ecuador.
Es cuestión de revisar el Facebook, por ejemplo. Allí, los más fervorosos seguidores de la revolución ciudadana han cuestionado por varios días los comentarios de analistas, políticos y periodistas que muestran su preocupación por un proyecto de ley de casi 600 artículos que la Asamblea tramita a todo vapor.
Quienes apoyan el Código Monetario -tan solo por tener el sello de Carondelet en su carátula- han evitado realizar la mínima autocrítica al hecho de que este documento se apruebe por la vía urgente. Es decir en tan solo 30 días.
Hace rato, que para el oficialismo, la palabra debate dejó de tener importancia. Es, simplemente, un signo de debilidad ante el adversario.
La próxima semana, las mismas 100 manos de siempre, darán vida a una ley sin que los argumentos de quienes piensan diferente se hayan tomado en cuenta. Aquello ocurrió con el Código Penal, el plan B del Yasuní, la ley de medios. Y seguramente pasará con la abultada reforma a la Constitución.
Es de saludar que la Vicepresidencia de la República haya ofrecido atender las dudas que las federaciones de cámaras presentaron ante la opinión pública sobre el contenido del Código Monetario. Ojalá ellos no terminen salpicados por el discurso hostil que los banqueros y la prensa reciben cada vez que buscan hablar.
Pero más allá de predecir lo que será el comportamiento del oficialismo en esta ley, lo que realmente preocupa es que como sociedad nos dé lo mismo que los temas que marcarán el futuro de este país se discutan o no.
Es posible que mucha gente evite hablar para no ser señalada. El temor es comprensible. La indiferencia, nunca.