Víctor Vizuete Espinosa
Mauro Phazán es enjuto y posee un aura mística, como de iniciado. Su pelo negro, largo y lacio contrasta con su pequeña figura.
Su dialecto cantarino, propio de los nacidos en el Austro del Ecuador, también desentona en una ciudad que tiene otro tipo de cantar en el hablado: Cali.
Siempre viste de blanco, porque cree que este es el color que refleja su concepción de la vida. Así vistió en su Cuenca natal hasta los 15 años, y así lo hace desde hace 45 en la capital vallecaucana, a la que llegó en 1964 con “una mano adelante y otra atrás”, según sus propias palabras.
Como todo emigrante, Phazán tuvo que luchar duro y parejo para convertirse en lo que es hoy: uno de los referentes artísticos más sólidos de Cali. De hecho, su taller, que está incrustado en el corazón del barrio San Antonio, es parada obligada de todos los paquetes turísticos que visitan ‘La Capital de la Salsa’.
El taller es una pequeña casita de un piso, un subsuelo, un techo a dos aguas y un coqueto patio de entrada. La vivienda, obviamente, fue su primer diseño.
Phazán es el artista de la cerámica. Transmuta las arcillas, que trae desde los montes vecinos y hasta de Medellín, en diferentes joyas mestizas cuyo ancestro se remonta al barroco quiteño. De sus manos de mago nacen vírgenes, santos, caballos, diablos humas, danzantes y más componentes del imaginario andino.
Trabaja con preciosismo. Con la exactitud de un joyero de Tiffany. Lo hace con la ayuda de diversos pigmentos, de la audaz combinación de colores, del uso de óxidos y baños de oro y plata. Un proceso que “solo él conoce”.