Los compromisos globales son difíciles de cumplir por el juego de intereses que atraviesa a la comunidad internacional. En esta ocasión y gracias al pulso firme de la conducción mexicana, la XVI cumbre trocó del anunciado fracaso hacia un acuerdo serio para reencauzar el compromiso del Protocolo de Kioto de 1992.
Recuperar la confianza después de la XV cumbre de Copenhague era cosa compleja. Además, hay que luchar contra la incredulidad que los foros internacionales acarrean.
El protocolo de Kioto de 1992 busca que el mundo cumpla con una máxima de supervivencia planetaria: reducir las emisiones de CO2 hacia el 2050, lo que puede frenar el calentamiento global que ya está causando letales estragos con un cambio climático, un saldo de muerte, la modificación de la geografía y la reducción de alimentos.
Un resultado positivo es haber logrado que EE.UU. “selle el pacto” como dijo su representante. “Han roto la inercia y el sentimiento de incapacidad colectiva y recuperado la esperanza en el multilateralismo” dijo el presidente de México, Felipe Calderón.
Ahora el reto es volver vinculante el acuerdo y encaminar el compromiso de China y EE.UU. para acercarse al Protocolo de Kioto que han sido reticentes a firmar.
La creación de un Fondo Verde para apoyar desde 2020 con USD 100 000 millones a los países pobres y el compromiso para reducir la deforestación son otros buenos resultados. Paralelamente a la cumbre oficial se establecieron acuerdos puntuales que involucran a la sociedad civil.
La cumbre derrotó la inercia y ahora hay que forzar a las grandes potencias a cumplir sus compromisos. Son ellas las que más consumo energético y mayor responsabilidad tienen en el calentamiento global.