En los últimos años, al festejar los triunfos de nuestros atletas hemos escuchado hasta el cansancio que aquellos se consiguieron en base al esfuerzo, al sacrificio y a la tenacidad de esas personas que destinaron horas al entrenamiento, hasta llegar a niveles de excelencia y perfeccionamiento, que después les permitieron lograr el objetivo planteado.
Así mismo, al hablar de los logros del equipo ecuatoriano más exitoso de todos los tiempos (Liga) se pondera la organización, la fortaleza institucional, la calidad de la dirigencia y, por supuesto, la entrega de los jugadores que le han dado un sitial importante.
Todo eso, que es comentado favorablemente por sus seguidores y hasta por los equipos contrarios que quieren igualar esas metas, es ampliamente aceptado en el ámbito deportivo. Pero tales experiencias, que resultan una enseñanza práctica de cómo se construyen los triunfos personales y colectivos, son descartadas al momento en que se empieza a buscar la manera de encaminar al país por el sendero del éxito.
Allí se trastoca todo. No existe visión ni proyectos de mediano ni peor de largo plazo. Todo se encuentra sujeto a la improvisación y a los intereses de turno. Somos incapaces de plantearnos metas definidas, de consensuar entre los principales actores sociales, de delinear objetivos específicos que nos permitan avizorar que, en determinado tiempo, podamos alcanzar metas concretas que nos indiquen que vamos por el camino correcto, hacia la construcción de una sociedad incluyente, en la que exista tolerancia y respeto al derecho ajeno, todo ello sin confrontación ni antagonismos inútiles.
No aparecen los líderes que puedan convocar al diálogo. Todos recurren al enfrentamiento y a la descalificación del contrario como mecanismo para ganar notoriedad. No existen voces que repitan a los ciudadanos que el camino para alcanzar los logros deseados es tortuoso, que no existen milagros permanentes que, como se lo menciona en la música, el genio es un 5% y el resto solo trabajo y más trabajo.
Pero el ciudadano común no está interesado en escuchar fórmulas que lucen poco novedosas aun cuando, en el fondo, cualquier ofrecimiento que no tenga sólidos sustentos no es más que otro de tantos y tantos engaños. Pero estará presto a creer en los embustes.
A diferencia de lo que admira y reconoce méritos en los esfuerzos deportivos, no tiene la misma actitud frente a los asuntos de orden nacional. En ese ámbito más bien asocia que el éxito se lo alcanza a través de la “viveza” o saltándose las normas cuando ese proceder hace que la sociedad en conjunto sea la perdedora. Si no existe un cambio de valores en las generaciones más jóvenes, no podremos encaminarnos en la senda del éxito pues, los más débiles, siempre serán presas fáciles de los discursos huecos.