Desde que llegaron, la noche del domingo, 35 bomberos peruanos empezaron a trabajar en el rescate de víctimas del terremoto del 16 de abril del 2016. Se dividieron en dos grupos para darse relevos y tratar de recuperar la mayor cantidad de personas posible, en menor tiempo.
Su comandante Jorge Molina dijo que en ese tiempo desde su arribo hasta el mediodía de este lunes 18 de abril rescataron junto a sus pares de Manta, Guayaquil, Quito… cuatro cadáveres.
Una parte importante de esta labor es escuchar a la gente que conoce un edificio, explica Molina. Los rescatistas conversaron con sobrevivientes del colapso del hotel Miami, frente a Playita Mía, en el sector de Tarqui, o con gente que conocía el lugar.
“Entramos por diferentes lugares, tratando de penetrar al máximo. Ellos nos decían dónde suponían que podía haber gente y dónde no y nosotros lo confirmábamos. Hemos encontrado mesas, botellas de licor, el bar, el comedor, la cocina… y ellos nos decían por ahí no, busquen en la recepción, en las habitaciones, etc.”
Al mediodía usaban una retroexcavadora. La conducía un operador, pero los rescatistas dirigían su trabajo. La idea era que la pala apenas ‘rasguñe’ los escombros, y solo en zonas en donde ya se han descartado posibilidades de hallar sobrevivientes. Se trata de un trabajo lento: “si hay alguien vivo, no lo vamos a matar. Y si alguien está muerto, queremos entregárselo a sus familiares en las mejores condiciones posibles”.
Molina cuenta que fundó su especialidad en Perú, luego de capacitarse con bomberos del condado de Miami, en 1998. Su compañero de entrenamiento fue el comandante Fernando Loor, de Ecuador, quien también fundó esa especialidad en el país.
Entre sus experiencias están el trabajo de rescate de víctimas en el terremoto de Pisco, al sur de Lima, en el 2007, otros temblores en su país y ataques de grupos terroristas en Perú.
Como comandante de su equipo se asegura de que la gente use equipo de protección adecuado y de que las cosas se hagan según los procedimientos y normas internacionales, despacio y con tino, para evitar que los rescatistas se lesionen.
Cuando viajan, llevan médicos en el grupo y personal que esté pendiente de la seguridad y es así como ha logrado mantener su trayectoria sin lesiones graves. “La mejor alegría es cuando encontramos a alguien vivo, pero si hallamos un cadáver, aunque no es algo alegre, de cierta forma es gratificante, porque le podemos entregar el cuerpo a su familia y eso en algo le da tranquilidad”.