José Aizaga, cadete del Cuerpo de Bomberos de Quito. Foto: Diego Bravo/ EL COMERCIO
Josué Alexander Aizaga, de 21 años, es uno de los cadetes del Cuerpo de Bomberos de Quito que ayudó a apagar las llamas durante los incendios que se registraron en Puembo (nororiente de Quito) a inicios de septiembre de este 2015.
En aquel incidente, él sufrió quemaduras de tercer grado que afectaron el 65% de su cuerpo. Estuvo recuperándose por cuatro meses en el Hospital Shiners Hospitals for children- Galveston en Houston, Texas, en
Estados Unidos. La Alcaldía de Quito y el Cuerpo de Bomberos lo ayudaron para seguir su tratamiento de recuperación en el extranjero. El joven brindó un testimonio a EL COMERCIO:”Abrí mis ojos y estaba en la sala de cuidados intensivos del hospital en Houston. Allí también se encontraban mi madre, mi primo y los médicos que me observaban.
“Lo primero que hice fue preguntar por mis compañeros y lo que había sucedido en aquellos días, pero no me contaron. Me sedaban para tranquilizarme, pero más que eso era el dolor físico porque apenas llegué al centro asistencial me sometieron a una cirugía que demoró ocho horas. En la operación detectaron que tengo el 65% del cuerpo herido y me colocaron injertos de piel en casi todo el cuerpo. Tenía quemaduras de tercer grado.
“Las partes más afectadas eran el brazo y pierna derecha, espalda, parte de la mano y los glúteos. Los doctores me decían que los músculos estaban muy débiles. No podía mover las piernas porque había perdido musculatura y tampoco lograba asentarlas. Me ayudaban a levantarme, intentaba caminar y no podía hacerlo.
“Ese fue el primer diagnóstico, pero paulatinamente me iba recuperando con la ayuda de mi madre que me daba fuerza cuando me visitaba en la habitación que me asignaron en ese centro de salud de Estados Unidos. Los médicos y enfermeras también me daban ánimos. Con una sonrisa me ayudaban a salir adelante.
Recuerdo que me hablaban en inglés y me comunicaba con ellos porque también domino ese idioma. Así me enteraba lo que iban a hacer y los tratamientos que iban a aplicar en mi piel; me decían que sí volveré a caminar… Así yo avanzaba en la recuperación.
“Un mes y medio estuve en cuidados intensivos. Luego completé dos meses de terapias, tanto para manos, para brazos y piernas. Para recuperar masa muscular iba al gimnasio y me alimentaba con suplementos que eran unos jugos especiales con vitaminas. También me hacían exámenes con unas máquinas muy avanzadas que analizaban al detalle cada parte de mi cuerpo que estaba afectada por las quemaduras.
“Mientras estuve en el Shiners Hospitals for children- Galveston me sometieron a seis cirugías en el cuerpo, excepto en el rostro. Las más complicadas fueron las de los glúteos, pierna derecha y parte de la mano. Por eso, tengo que usar guantes por un año y cuidarme. En los codos también me detectaron problemas.
“Tengo que regresar, el 7 de marzo del 2016, a Estados Unidos para que me practiquen nuevos análisis y ver qué pasa en los codos. Luego volveré en septiembre y de ahí un año después. Debido a la gravedad de las lesiones, estaré en tratamientos hasta que cumpla 30 años. Los médicos me dijeron que permaneceré en observación y tendré que seguir viajando a Houston.
“Pese a lo que ha pasado, para mí es gratificante volver en Navidad con mi familia, en el país que crecí y en donde tengo a mis mejores amigos. Me siento feliz porque estaré con mi padre, quien también es bombero y decidí seguir sus pasos en esta noble profesión.
“Al principio, cuando llegué al hospital, en lo único que pensaba era en recuperarme de las heridas. Luego ya me preguntaba si seguiré o no con mi carrera de bombero. Lo bueno es que todo continuará con normalidad y avanzaré con mi formación. No puedo hacer ejercicios, pero mentalmente sí estoy preparado para servir a Quito y la ciudadanía.
“De esta experiencia, mi conclusión es que crecí mucho como ser humano. Mientras estuve en el hospital, conocí niños que estaban muy complicados en relación a las heridas que yo tenía. Vi a pequeños con 80% de quemaduras y con sus caras desfiguradas, amputados. Conversé con gente que estaba muy mal, pero vivir con ellos y comer en su mesa me hizo más humano y, como siempre lo he dicho, ellos me enseñaron a sonreír. Pese a lo que les ha pasado, siempre están felices. Esto también me ayudó a recuperarme”.