Bernardo Acosta, analista económico. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO
Así estamos
La última recesión que tuvimos fue en 1999, año en el que el PIB cayó 4,7% y, además, buena parte de la población sufrió una dramática pérdida patrimonial. Esta vez estamos atravesando una contracción más profunda y prolongada (-4,5% este año y -4,3% el próximo, según el FMI), con la diferencia de que la banca se encuentra solvente y líquida.
En medio de semejante escenario, sufrimos un terremoto devastador y el Gobierno, en lugar de estructurar un plan económico con el fin de atraer capitales y estimular la reconstrucción, lanza otra reforma tributaria.
Las salidas
Para que las propuestas tengan sentido, primero hay que tener claro cómo llegamos a la situación actual:
1. Problema fiscal. El gasto público, que se mantuvo entre el 20 y 22% del PIB durante el período 2000-2006, llegó a significar el 44% del PIB en 2013 y 2014. La expansión fue tal que, pese a los ingresos extraordinarios, a partir de 2009 solo se han registrado déficits fiscales (los últimos tres años superiores al 4,5% del PIB).
Ahora que los ingresos caen y que queda poco espacio para el financiamiento, el sector público tiene que ajustar su tamaño; pero en el proceso se ha convertido en una carga para la sociedad.
2. Problema de competitividad. Al despilfarro fiscal se sumaron incrementos salariales por encima del aumento de la productividad: entre 2006 y 2015 la nómina del sector público se disparó de USD 3 162 millones a USD 9 904 millones y hubo incrementos del salario básico de hasta el 17,6% anual. De esta manera se creó una economía orientada al consumo y no a la producción.
3. Problema de liquidez. Ese Estado sobredimensionado, en el que los ingresos petroleros llegaron a representar el 41% de los ingresos totales, y esa economía poco competitiva, en la que las exportaciones petroleras llegaron a valer el 60% de las exportaciones totales, se secaron con la caída del preció del petróleo.
En esas circunstancias, el Gobierno ha multiplicado la iliquidez por dos vías: por el lado del gasto, al acumular atrasos frenó la cadena de pagos; y, por el lado de los ingresos, succionó las reservas internacionales, las cuales ya no cubren ni los depósitos de los bancos privados en el BCE.
En ese contexto, necesitamos:
1. Financiar adecuadamente al Estado. Así, este dejará de ser una aspiradora de la liquidez de la economía y se disiparán las preocupaciones sobre la vigencia de la dolarización.
2. Reducir el tamaño del Estado. Conseguir financiamiento público adecuado sin un programa para reducir gradualmente el tamaño del Estado (hasta que este alcance un nivel con relación al PIB sostenible en el tiempo) solo serviría para aplazar la explosión.
3. Impulsar reformas que permitan al sector privado volverse competitivo y llenar el espacio que deja el sector público: normas tributarias razonables y estables en el tiempo, leyes laborales que fomenten la contratación, y apertura comercial.
4. Conformar una cuenta aparte para la reconstrucción, con fiscalización específica, de manera que existan las condiciones mínimas de confianza para atraer donaciones y para garantizar justicia con los damnificados.