Un informe de hace tres semanas que publicó la sección Quito de este Diario, hablaba de las dificultades que tienen las personas con alguna discapacidad para movilizarse en la mayoría de pasos peatonales de la capital.
Estos impedimentos, llamados técnicamente barreras arquitectónicas, no son únicos de esos antifuncionales pasos; la ciudad entera está llena de ellos.
Cierto es que casi todos los nuevos proyectos arquitectónicos y urbanos ya tienen un equipamiento de ese tipo; pero también es verdad que un gran número no lo tienen y otros más los han diseñado de manera antitécnica. Muchos, en cambio, han sido utilizados abusivamente para otras funciones.
¿Qué se debe hacer para remediar este problema? Pues aplicar las ordenanzas a rajatabla y castigar a quienes las infrinjan.
De hecho, el Código de Arquitectura actual contempla la previsión y la eliminación de barreras para personas con discapacidades físicas. No es una reglamentación extremadamente amplia ni estricta, como se da en otras partes, pero funciona y se puede mejorar paulatinamente.
Lo ideal sería llegar a los ejemplos estadounidenses. Allí, por ejemplo, no se concibe un edificio cuya señalización no tenga también idioma braille.