Madrid. DPA
Hacía falta una revolución en el fútbol europeo para derrocar la dictadura inglesa en el continente y llegó de la forma más deliciosa para los sentidos: con el juego sublime de un equipo que dio una vuelta de tuerca a la idea de estética, el Barcelona.
Toque quirúrgico, rotación de videojuego, pelota al suelo como ley de vida, presión asfixiante para agotar al rival, movimientos a la velocidad de la luz, obsesión por las jugadas de estrategia, solidaridad a prueba de egos.
Así fue el hijo del novato Josep Guardiola. “Hablamos del mejor Barcelona de la historia”, dijo allá por febrero Juande Ramos, todavía técnico del Real Madrid, basándose solo en el delicado perfume que desprendían desde el campo los azulgranas.
Todavía no habían refrendado la belleza del camino elegido con la contundencia de los objetivos cumplidos: Liga española, Liga de Campeones, Copa del Rey, Supercopa de Europa, Supercopa española y Mundial de Clubes.
Nadie hasta hoy había ganado todos los títulos en un solo año.
Salvo fanáticos obtusos, especie comprensible en un ámbito dominado por la pasión, el mundo del fútbol se arrodilló ante el nuevo rey. Y desde las propias entrañas de la “bestia de terciopelo” se aceptó su carácter único.
“Hicimos el mejor fútbol. A nivel de bloque, no he visto jugar a este nivel ni he jugado en un equipo mejor”, dijo Xavi Hernández.
Junto a otro duende como Andrés Iniesta, Xavi sentó las bases para que Lionel Messi encontrara los socios para transformarse en el mejor futbolista del mundo.
Entre tanto notable, el argentino se paró un escalón más arriba por desequilibrio, fantasía y gol.
El Barcelona logró abatir al gigante inglés, que por tercer año consecutivo metió a tres de sus equipos en semifinales de la Champions League.
Y a nivel local, sumió en tal depresión a un mediocre pero efectivo Real Madrid que abonó el terreno para el regreso del excesivo Florentino Pérez.
El nuevo Presidente blanco le concedió el mejor elogio de todos a su acérrimo rival: se gastó más de USD 358 millones de dólares para comprar a Cristiano Ronaldo, Kaká, Karim Benzema, Xabi Alonso y otros ilustres vernáculos.
En definitiva, una cantidad astronómica de dinero solo para contrarrestar de forma urgente el éxito ‘enemigo’.
A esa inversión insólita en una época de grave crisis global se sumó el Manchester City al abrigo de su propietario, el multimillonario jeque Mansour bin Zayed al Nahyan, de la familia real de Abu Dabi. Los ‘citizens’ luchan por mezclarse con la élite de la Liga inglesa y combatir, fundamentalmente, a su odiado vecino, el Manchester United.
Los ‘red devils’ se coronaron por tercera vez en la Liga inglesa, no repitieron un éxito europeo al caer con los de Guardiola en la final de Roma y se desprendieron de Ronaldo, su mejor franquicia.
Una nueva decepción europea permitió la llegada al Chelsea del italiano Carlo Ancelotti, mientras que el final de 2009 parece acelerar la descomposición del estratega español Rafael Benítez en el banco del Liverpool.
El Inter renovó su apuesta por el portugués José Mourinho, que hasta el momento continúa el mismo camino que el de su antecesor, Roberto Mancini: contundencia en el ‘calcio’, debilidad en la Champions.
El Milan y la Juventus, en deuda en el primer semestre, fueron arrastrados por el ‘efecto Guardiola’ para el segundo al contratar a dos neófitos de la dirección técnica pero muy identificados con la casa como el brasileño Leonardo y Ciro Ferrara. Sus proyectos todavía no ven la luz necesaria.
En Alemania, el Wolfsburgo reverdeció la Bundesliga de la mano del implacable Felix Magath. El primer título de liga de los de la Volkswagen llevó a la reestructuración al Bayern Múnich, que apostó por el holandés Louis van Gaal, resignificado tras ganar con el AZ Alkmaar en su país.
Después de los problemas iniciales, el gigante bávaro apunta a un 2010 avasallante.