Son niños que no evidencian ninguna enfermedad en el rostro. En la antigüedad, se crearon algunas leyendas en torno a ellos, como las historias de niños que habían sido raptados por brujas y retornaron así. Por eso, los llamaron ‘encantados’. Eran tiempos en los que la gente no comprendía su enfermedad y por eso terminaban en manicomios. Un rasgo característico de su conducta era su falta de interés por otros. Eran seres con comportamientos extraños.
El DIaGNÓSTiCO
La evaluación para realizar un diagnóstico sobre la situación del pequeño toma tres días.
Actualmente se están dictando dos cursos de extensión universitaria dirigidos a psicólogos, psiquiatras, pediatras, docentes, parvularios . El uno entrega técnicas en evaluación y diagnóstico y el otro está encaminado a las personas que tienen que intervenir en un aula específica de autismo, es el personal que puede ayudar en los PIA.En realidad, eran autistas. Y no miraban a la cara, eran pasivos, tenían rígidos los miembros inferiores, no se interesaban por el entorno.
Estas son solo algunas de las características, pues cada individuo con este trastorno es diferente.
Eso lo conoce Ligia Noboa. Ella tiene una hija autista de 30 años, que está casada y le ha dado una nieta de 7 años. Este tipo de vida familiar es algo poco probable para quienes nacen con autismo.
Sin embargo, Ligia siempre se empeñó en conseguir lo mejor para su hija. Logró que estudie en un colegio regular. Reconoce que se graduó con muchas dificultades. Era de esas niñas que conseguían 20 en las materias, pero cero en conducta. La causa era su agresividad: peleaba y gritaba. Cuando le hablaban no contestaba. Se reía sola e inventaba cosas.
Sin embargo, su memoria era fabulosa, cuenta su madre. “Solo de oír al profesor, podía grabarse toda la información. Era como una computadora. Tenía la habilidad de leer una enciclopedia completa”.
Con base en esta experiencia, Ligia lleva adelante un proyecto para incluir a niños autistas en escuelas y colegios regulares. Su idea es que estos niños “son inteligentes, pero que no saben cómo conducirse”. Todo esto bajo la propuesta de que el autismo no se cura pero que puede revertirse hasta en un 80%.
El próximo año escolar, ingresarán cuatro muchachos a estudiar bajo esta modalidad. Antes de esto, debieron adquirir ciertas habilidades que les permitan compartir el trabajo en el aula.
Por ejemplo, algunos ya pueden permanecer 40 minutos sentados. También han establecido contacto visual con la gente, algo que es difícil en personas con este problema. Todo lo han logrado a través de la repetición. En su mente está grabada cierta forma de actuar. También han recibido terapia de lenguaje. El aula que los recibirá tendrá máximo 15 estudiantes, esa es una condición para que todo funcione.
Antes que nada fueron evaluados de manera individual. Con esto se creó un plan personalizado para implementarlo tanto en el aula como en la casa. Se lo conoce como Programa Individual de Apoyo (PIA). Su elaboración toma dos meses desde el momento en que el pequeño tiene un diagnóstico.
Allí está un plan de estudios adaptado y la explicación de cómo se debe conducir al niño en sus estudios. Este estudiante escucha las mismas clases que el resto. Los profesores deberán lidiar con su forma de hablar robótica y una conversación que no es fluida. Hay que darles más atención.
Para evitar ciertos problemas en el aula, el PIA contempla incluso un segmento conocido como tiempo fuera. Es decir, se informa al profesor que el niño necesitará un tiempo de descanso para que pueda seguir con las clases. Lo que para otros pueda tomarse como un castigo, para ellos es un aliciente, como por ejemplo ponerse frente a la pared por un momento. Esta no es una fórmula única, cada niño requiere su táctica. En Cuenca, por ejemplo, una profesora ha descubierto que lo mejor para tranquilizar a uno de sus alumnos autistas es pedirle que vaya a pararse al lado de un árbol.
Todo este programa está concebido sobre la base de que el niño autista aprende algunas cosas por imitación, “entonces, si no habla y va a un centro de discapacidades va a imitar, pero en realidad no tiene nada que aprender. En cambio, si va a tratar con estudiantes regulares, va a imitarlos y a esforzarse por hablar como sus compañeros”.
En este programa no solo están involucrados los profesores, sino también los padres de familia. En ambos casos es necesario que llenen cuadros de seguimiento y escalas sobre el desarrollo del pequeño en el aula.
Si la posterior evaluación demuestra que no hay un avance adecuado, entra en escena una modalidad que se llama “sombra”. Es decir, junto al profesor se coloca un ayudante, que puede ser un psicólogo, una parvularia o un terapista de lenguaje, su función es observar y analizar cómo funciona el programa. También ayuda. En un principio, su presencia es permanente y luego se retira paulatinamente.
El punto central en todo esto es no dejar de lado la terapia, que consiste en enseñarle permanentemente el manejo de conductas regulares.
El PIA es solo un primer paso. La idea principal de todo este proceso es lograr la implementación de aulas estables en colegios regulares. Es decir, la creación de un sitio con cinco niños autistas manejados con psicólogos, profesores especializados y terapistas. La idea es que se los ayude en ese espacio para incluirlos poco a poco en la educación regular, empezando por algunas materias, las más afines al pequeño.
Paula Espinosa de los Monteros es parte del grupo de psicólogos que se encarga de evaluar a los niños de la Fundación Entra a mi Mundo. A su criterio, la creación de estos espacios (aulas estables) permitirá que los niños autistas no interfieran con la educación del resto. Además, explica que no es conveniente que un pequeño con este trastorno comparta todo el tiempo con niños regulares, porque “a la final siempre va a tener otro ritmo”.
En todo caso, la decisión de incluir a alguien en un aula regular, debe ser analizada en base a una evaluación personal, según la psicóloga, pues no todos los niños están en capacidad de hacerlo. Hay que evaluar temas como su capacidad de comunicación. Además, los profesores deben estar conscientes de que no se les puede exigir lo mismo que al resto de alumnos.
Adicionalmente, deberá tomar una terapia aparte, ya que debe tener una buena supervisión que permita su avance académico.
En todo caso, Ligia lo logró. Su hija ahora vive en Vilcabamba. No terminó la universidad, pero sí tiene una profesión: es música y ha grabado algunos discos. Ya no depende de su madre.