Cerca a las instalaciones de Diario EL COMERCIO, en San Bartolo, hay una cooperativa de taxis. De vez en cuando se saluda con algunos conductores y se cruzan comentarios.
La semana pasada, con tres de ellos, hubo una de esas improvisadas tertulias de acera. Ahí se les comentó que será obligatorio usar taxímetro en las carreras, de Quito a Conocoto, Cumbayá, Tumbaco y la Mitad del Mundo y viceversa.
Como si hubiesen leído un guión previo, los tres dijeron: “No hemos de llevar nomás”, al tiempo que uno de ellos encogía sus hombros.
En menos de dos segundos pareciera que se fueron al piso todos los anuncios y ofrecimientos hechos por autoridades municipales y dirigentes, de que este proceso no solo es incremento de tarifas (que no se lo ha hecho desde hace 12 años), sino que, a la par, se busca un mejoramiento del servicio en la ciudad.
La misma tarde de la aprobación de los incrementos, en segundo debate por parte del Concejo, la reportera encargada de esa cobertura regresaba a la planta. Tomó un taxi en La Marín y el conductor, sin rubor, le dijo que hasta San Bartolo debe pagar cuatro dólares. Su argumento: “No ve que las tarifas ya subieron”.
Historias similares se han repetido desde el Jueves Santo. A través de correos electrónicos o redes sociales, se denuncia el incremento de precios en este servicio. Pero no es novedad. En este tiempo, el servicio de taxi en la noche, las madrugadas, feriados y fines de semana ha estado a la buena de Dios. Se cobra lo que quiera y se escogen las carreras a granel, generando el rechazo y malestar de los usuarios. Por eso, el anuncio de incrementar tarifas genera resquemor, desconcierto y cierta molestia.
Con este escenario, al alcalde Mauricio Rodas, a sus ediles y a sus funcionarios les toca estructurar un sistema de control que garantice un mejor servicio, con base en un monitoreo estricto, se lo debe hacer; ya es hora que el usuario ‘gane’. Además, políticamente, el costo sería demasiado alto.