¿Qué ingrediente consigue que una institución funcione como tal? ¿Su fantástica capacidad para montar oficinas, diseñar logos, contratar a cientos de funcionarios y multiplicarse por todo el país?
O será una buena institución la dirigida por alguien cercano a la cúpula del poder y con carta blanca para ejercer sus atribuciones según la moral y las leyes imperantes.
Es posible que una institución sin músculo burocrático y sin fuerza política resulte poco efectiva. Pero hay dos ingredientes más importantes que vuelven trascendente su gestionar: madurez democrática y tolerancia política. Sin ambas condiciones, que se sintonizan con los sectores menos influyentes de una sociedad, el concepto de institución se edulcolora.
Hace casi año y medio, la Ley de Comunicación entró a regir. Y con ella nacieron dos entidades encargadas de vigilar el ejercicio de la libertad de expresión: el Consejo de Regulación y la Superintedencia de la Comunicación.
En 18 meses, ambas entidades no han estado libres de cuestionamientos. El informe ‘sociológico’ sobre una caricatura fue de las primeras acciones que nos dejaron con la boca abierta. Era un anticipo de cómo el poder burocrático buscaría regular esta libertad.
Luego vinieron sucesivos comunicados públicos, donde el Cordicom, lejos de mostrar equilibrio, terminó por dar la razón a toda la campaña anti medios independientes, que emana del Gobierno.
Ahora, acaba de anunciarse el fin del programa ‘La pareja feliz’, en respuesta a una sanción administrativa (una multa) de la Supercom.
Mucha gente dirá que la serie tiene muy pocos quilates. El tema de fondo es que se trata de un programa que se sustenta en el principio de la libre expresión y que finalmente sale del aire como resultado del pedido de un colectivo y de un trámite jurídico.
No nos hemos dado cuenta que, como sociedad, terminamos por entregar a dos instituciones del poder político, nuestra postestad de lo que debemos ver, oir o leer…