Elena Paucar, Patricio Ramos y Pablo Fiallos
Para ser santo, para ganarse la fe de los ecuatorianos, no se necesita un certificado de la Iglesia Católica. Por lo menos en el caso de San Biritute (Santa Elena) y del Niño Caracol (Manabí).
Los santos oficiales
La lista de santos de la Iglesia Católica incluye miles de nombres desde el inicio del cristianismo.
Solamente el fallecido pontífice Juan Pablo II declaró más de 2 000 santos y beatos (la instancia previa para ser declarado santo).
El proceso para llegar a los altares supone años de pruebas de virtud y aportes a la fe, que se inicia con la declaración de Siervo de Dios y Venerable.
Ecuador tiene tres santos inscritos en el santoral: Santa Mariana de Jesús (canonizada en 1950), el Hermano Miguel (declarado santo en 1984) y Narcisa de Jesús Martillo (llevada a los altares en 2008). Mercedes de Jesús Molina, originaria de Baba, fue declarada beata en 1985. Causas como la canonización del ex presidente Gabriel García Moreno no prosperaron en el Vaticano.Tampoco en el caso del Hermanito Gregorio, siervo de Dios que espera su llegada a los altares oficiales, pero quien hace tiempo le gana la partida a muchos otros santos en número de devotos.
La búsqueda de la efigie del Hermanito Gregorio, quien tiene fama de curarlo todo, se hace difícil en los mercados y fuera de las iglesias. Allí solo se pueden adquirir pequeñas estampillas que en su reverso detallan su vida. Verónica Jiménez, de la librería La prensa católica, situada al frente de la plaza de San Francisco, explica que la beatificación del hermano Gregorio está en proceso. “Es una persona que obró de buena manera y la han hecho santo popular por sus dotes como doctor y su ayuda a los pobres”.
En el mercado Iñaquito, entre los puestos repletos de plantas medicinales y otras hierbas curatorias, nadie admite tener al santo. Con un poco de fortuna, al final de la búsqueda, la pequeña estatua que representa a este médico y científico venezolano, a quien se le atribuyen curaciones milagrosas, aparece en el puesto de doña María Teresa González.
Ella lo saca con mucho cuidado de sus múltiples envoltorios. Es una pequeña figurita blanca de 10 cm que cabe en la palma de su mano. Aún recuerda con profundo agradecimiento cómo el ‘Hermanito’ le ayudó cuando ya nadie más lo podía hacer. El trauma de tres asaltos seguidos fuera de su casa en el sur de Quito hizo que esta amable casera entrara en una grave crisis de nervios. Como resultado, su rostro sufrió una torcedura que varios médicos atribuyeron a la tensión y al estrés. Ella afirma que ninguno de los doctores supo cómo curarla.
Ahí es cuando se decidió a llegar hasta el santuario del Hermano Gregorio, en el extremo occidente del barrio Santa Rosa, en Chillogallo, bajo las laderas del Pichincha. Aún conserva una mínima torcedura en su rostro, que se nota cuando se pone nerviosa y sonríe. Ella asegura que lo que no pudo la medicina lo logró el tratamiento que se realizó en aquel lugar cercano a las canteras del Pichincha.
Ahí, en la pared lateral, dentro de una vitrina de vidrio está la figura del santo popular. Los creyentes tocan el cristal que protege a la pequeña estatua y se persignan. Junto a la vitrina decenas de placas cubren la pared con agradecimientos al ‘santo’. En otra de las paredes están las fotos de los agradecidos. Frente a ellos pasan los fieles que se dirigen hasta el ‘Hermanito’ para pedirle que cure sus enfermedades. Otros avanzan a una sala misteriosa. Tras una puerta custodiada por la chica que reparte los turnos, una especie de médium recomienda a los enfermos el rito necesario que deben seguir para curar sus enfermedades.
La atención es gratuita, pero las ofrendas de los convencidos llegan en billetes de USD 5, 10 y 20. Todo por conseguir una última esperanza que alivie su dolor. Aunque, como lo admite doña María, es en realidad el poder de su fe lo que logró su recuperación con el paso del tiempo.
Los ‘santos’ que no lo son tanto…
El tiempo parece suspendido en Sacachún. El silencio ronda los callejones de polvo y sobre los portales de madera apolillada se pasean lentamente los ancianos de la comuna. El campo verde, rodeado por árboles de tamarindo y ciruelos cargados con pepas rojas, es solo un recuerdo en la mente de don Arcadio Balón. “Todo cambió desde que se lo llevaron, desde que nos quitaron a San Biritute”, cuenta el hombre de 74 años.
Hace un siglo, la imagen tallada en una piedra era el dios de la Fertilidad de ese caserío de Santa Elena. Don Arcadio cuenta que su padre siempre hablaba de él.
Medía 2,72 metros y lo que más resaltaba era su gran miembro. “Era bien milagroso. Cuando no llovía lo latigueaban y caían unos aguacerones. Las mujeres que no podían tener niños solo le tocaban y salían encintas”.
Pero del santo solo quedan esas anécdotas. En 1940 se lo llevaron a Guayaquil. “Decían que era idolatría. Yo era chico cuando llegaron para llevárselo.
Agarramos piedras y palos para defenderlo. Un día los sinvergüenzas llegaron cuando la gente estaba en el campo y nunca más lo vimos”, recuerda Arcadio.
San Biritute estuvo un tiempo en la calle Pedro Carbo, como una estatua de adorno. Luego, su altar pasó a ser el Museo Municipal de Guayaquil. Su reemplazo en Sacachún es una pequeña réplica que reposa frente a la iglesia y a un costado del horno de leña de don Arcadio. “Aquí hago mis panes, los hago con forma de San Biritute, pero en chiquito”, cuenta entre risas.
Su nombre surgió de una confusión. “Los abuelos contaban que alguien, cuando le vio el miembro exclamó en latín ¡Santa Virtute!”, recuerda Jorge Tigrero, otro de los comuneros. Lo encontraron en las cuevas de Sacachún. “Eran siete esfinges que tenían su altar en el cerro. La que vino aquí era de una piedra negrita. Era bien tallada, tenía ojos, cabello ondulado y las manos bien definidas”.
La historia de San Biritute también recorre la comuna Las Juntas del Pacífico. Las pepas de ciruela chupada se revuelcan en el polvo que cubre las calles del pueblo. En el centro de esa comuna, en medio del obelisco, el monumento a la madre y la imagen tallada en piedra de un profesor sin apellido que dio su vida por educar a los comuneros, resalta otro Biritute. Es un pedazo de piedra cubierto por conchillas.
“Este de aquí ya lo tiene medio chato, porque era bien abultado”, dice Teófilo Escandón mientras apunta al pene de la estatuilla. Con una aguja en su mano, Florentina Suárez remienda un faldón. Desde la puerta de su casa mira al santo. “Antes estaba frente a la iglesia, pero lo sacaron porque la gente antigua se quedaba afuera y no entraba a oír al cura”.
La fama de otro santo sin santificación trasciende la provincia de Manabí. Allí, al Niño Caracol le atribuyen cientos de milagros. Se trata de una imagen de un niño dentro de un caracol. Sus dueños residen en Pechichal, la zona rural del cantón Junín, en el norte de Manabí. Adentro, donde las casas de caña guadúa con techo de zinc están enclavadas en los recintos ubicados en sitios denominados tabladas, está la casa de la familia Bravo.
Ellos son los custodios de la imagen del Niño Caracol. En esta época del año, el santo milagroso está fuera de casa. Lo tienen pedido hasta el 2011, según el libro que guarda su registro. Quienes lo solicitan lo hacen para realizarle rezos, comenta Luis Reyes, habitante de Junín.
Quienes lo piden organizan una fiesta con abundante comida y velas. Reyes comenta que la historia del Niño Caracol tiene más de 50 años. Todo empezó en el balneario de San Jacinto. En ese lugar, uno de los Bravo paseaba a caballo por la playa. De pronto el animal tropezó con un caracol. Siguió su camino y el caracol volvió aparecer, entonces decidió llevarlo a su casa en Pechichal.
Allí estaba olvidado en un rincón del patio. Uno de los integrantes de la familia lo cogió en sus manos y observó que había una imagen de un niño en su interior.
Una persona del lugar estaba enferma, tocó el caracol y días más tarde se sanó. Desde entonces se regó su fama. Los pedidos para velatorios provienen de gente que vive en Esmeraldas, Los Ríos, Santo Domingo de los Tsáchilas e incluso en algunas ciudades de la Sierra centro.