Marco Arauz Ortega
Subdirector
marauz@elcomercio.com
Hace dos semanas, el Ministro Coordinador de la Política aseguró que en la concentración por los tres años de la llamada revolución ciudadana, el Presidente haría anuncios que iban a poner a “temblar” a “los que sabemos”. Pero más bien hubo balances, reiteración de ataques a los supuestos enemigos, pedidos de lealtad y ofertas de no dar marcha atrás.
Si de lo que se trataba era de dar señales de radicalización con medidas concretas, quienes debían preparar la agenda de anuncios, con Ricardo Patiño a la cabeza, se quedaron cortos. Solo hubo radicalización en el lenguaje ya bastante conocido, así como en el tinte martirológico, al punto de que Rafael Correa pidió un “pacto de sangre” a los asistentes, aunque muchos de ellos no viajaron a Ambato movidos por razones ideológicas.
Ni siquiera hubo anuncios de corte pragmático tendentes a fidelizar y ampliar, como intenta el Gobierno, la base social. Se preparaban decisiones sobre la entrega de tierras y otros anuncios que corresponden al capítulo de la denominada revolución agrícola. La falta de medidas hace notorio que las coyunturas rebasaron a los estrategas políticos y les impidieron aprovechar una ocasión envidiable.
Como sea, ha quedado claro que el Gobierno insistirá en sus acciones más que en su línea ideológica, hoy afectada por la salida de un sector importante. Esa persistencia, en términos de tarima, se resume en la frase de que el proceso es irreversible. Y en efecto, si no hay cambios, se volverá irreversible, pero no en la profundización de la propuesta sino en el deterioro cotidiano.