Las lluvias que afectan a Quito y a otras zonas del país y que ya han causado estragos, y la amenaza del volcán Tungurahua, merecen atención del Gobierno, disperso en el proselitismo político de la campaña.
La capital ha soportado en los últimos días el azote de fuertes aguaceros. Algunos de ellos han superado las estadísticas registradas en cuanto a la intensidad pluvial en los últimos años. Granizadas, estruendosas tormentas eléctricas y trombas de agua de singular fuerza han colapsado la circulación vehicular, han causado inundaciones y deslizamientos de tierra. Se desnudan las flaquezas de una ciudad que tiene muchos sectores en franco riesgo y pocas alternativas de circulación.
Los esfuerzos que realizan los bomberos por atender las emergencias son muy loables y merecen el agradecimiento ciudadano. Sin embargo, las llamadas telefónicas desde distintos puntos son innumerables y desbordan la capacidad de atención de ese cuerpo, así como de la Policía y de las ambulancias.
Quito merece una planificación urgente y efectiva en materia de emergencia, así como recursos públicos para atender las demandas no previstas. En el país, los ríos rebasan sus cauces y amenazan a poblaciones enteras y los estragos, si bien no se comparan con lo ocurrido con nuestra vecina Colombia, arruinan la producción agropecuaria, destruyen la infraestructura y afectan a miles de pobres que ven inundadas sus casas. Como si esto fuera poco, las zonas aledañas al volcán Tungurahua vuelven a recibir la alerta naranja por enésima vez y se declara la emergencia en provincias como Tungurahua, Chimborazo, Pastaza y Bolívar.
Que las autoridades se preocupen de esta situación, más allá de la campaña por la consulta popular que demanda toda la atención oficial.