La inseguridad alarma a la gente y pone en entredicho a la acción de la Policía. Hay más crímenes sin respuesta ni sanción. El sistema judicial está entrampado, miles de causas se acumulan en los despachos, y los expedientes llenan pisos y bodegas. Los procesos duran años. Los presos se amontonan en las cárceles y salen libres, aprovechando la caducidad del régimen procesal. Las ciudades están abarrotadas de vehículos y de gente, y la depredación del ambiente es constante y angustiosa. Los ríos y las fuentes de agua están envenenados. La informalidad penetra en todas las actividades.
¿Es coyuntural el fenómeno? ¿Se remedia ese tumulto de hechos nuevos con políticas tradicionales, o es un tema más profundo, que pone en duda la idea misma del sistema del poder, y permite intuir la caducidad del Estado?
1.- Sociedad “líquida” vs. Estado lento. En pocos años, y en todo el mundo, ha cambiado radicalmente la sociedad. Poco o nada queda de la vieja y morosa comunidad de tiempos lentos y referentes firmes, de valores religiosos y creencias inamovibles. A esa sociedad, sin Internet ni televisión por cable, sin mercado global ni celulares, poco viajera y encerrada en sí misma, correspondió la idea de Estado que inventaron, hace siglos, Maquiavelo y los otros. A aquella gente de entonces, nada informada, crédula, de vida pausada, correspondía un poder político anclado en la tierra firme de los supuestos intocables. Esa realidad, distante ya, generó políticas basadas en la credulidad de los electores, en la salvación por los políticos, en la fe en la burocracia, en la “santidad” de la autoridad. En el miedo al policía.
Pero hoy vivimos la paradoja de la “sociedad líquida”, escéptica y atrevida, en la que nada es estable ni permanente, en que el sentido de vecindad y de solidaridad se derrumbó, en que el chateo desplazó a las visitas de familia y el skype a las conversaciones de sobremesa. Y a esa sociedad líquida, veloz e inestable, se la quiere domar, planificar y ordenar con los recursos y las tácticas del viejo Estado decimonónico. Se quiere reglar a esa sociedad, escéptica, anclada en la diversión, torrentosa e irreverente, con lentos procesos de corte tradicional. Se pretende detener la avalancha del tumulto mediático con leyes que de nada sirven, con planes que al día siguiente caducan. Mientras esa sociedad se mueve velozmente e inventa cada día nuevas versiones del bien y del mal, el Estado se despereza.
2.- La caducidad institucional. En nuestro caso, al cabo de dos años de vigencia, la Constitución ecuatoriana hace agua. Como ocurrió en el pasado, ahora la realidad contradice a sus preceptos. Ejemplos al canto: (i) la potestad legislativa, teóricamente corresponde a la AN, pero la ejerce, en la práctica, el Presidente de la República, ya sea por iniciativa, influencia o veto. (ii) Hay cada vez más distancia entre las percepciones de los legisladores, sus anclajes ideológicos, sus prejuicios políticos, y la vida cotidiana: reformaron, empeorando las cosas y a contrapelo de los hechos, el Código Penal, y parecen no captar el acoso criminal que vivimos. (iii) El principio del acceso a la justicia es dolorosa burla, pocos o nadie acceden, en verdad, a ella por la caducidad del sistema. La respuesta cada vez más frecuente es la “justicia por mano propia”, y aquella bárbara amenaza que se exhibe en pueblos: “ladrón cogido, ladrón quemado”. (iv) El desfase con la realidad se advierte entre la idea angelical de la “ciudadanía universal”, impuesta entre aplausos en la Asamblea Constituyente, y la consiguiente apertura de las fronteras, la internacionalización del crimen y la indefensión de las personas.
La impresión que queda es que entre el poder y la realidad hay distancias insalvables. Mientras tanto, los problemas, los nuevos miedos, están allí, intactos. La sociedad avanza desbocada, pero nadie la piensa. La respuesta elemental es aplicar viejas teorías, desempolvar los manuales del socialismo, o viejos conceptos de seguridad, como si nada hubiera ocurrido en los últimos treinta años, como si el mundo fuese el mismo de los cincuenta o los sesenta.
3.- ¿Es hora de replantear el concepto y la función del poder y del Estado? Más allá de las conmociones de cada día, de la crónica roja y del escándalo, la verdad es que: (i) hay un desencuentro sistemático y evidente entre la sociedad que va por su lado, veloz y sorprendente, y el Estado que no acaba de emprender su tarea; (ii) las herramientas y estructuras políticas tradicionales, incluso los tribunales y la coacción estatal, parecen superadas; (iii) las ideologías -ninguna de ellas- es útil ya para entender la crisis y proponer soluciones eficaces; (iv) la globalización desmiente cada día a las afirmaciones nacionalistas; (v) la saturación de leyes y de controles no sirve sino para confundir y generar reacciones imprevistas; (vi) los actos de poder son erráticos frente a una realidad usa lo que le conviene del poder y niega lo demás; (vii) la democracia se va transformando en liturgia insustancial.
4.- La única justificación del Estado es su utilidad. El problema es grande, porque se acrecienta en la comunidad la sensación constante de que estamos frente a un sistema inútil en términos de seguridad, de legalidad, de confianza; que los actos de fe en el poder (la denuncia, el amparo en la ley y en el juez, por ejemplo), que antes eran naturales y lógicos, ahora aparecen como “simples trámites” que nunca tendrán respuesta.
Lo desconcertante es que, en lugar de repensar al Estado, de asumir su inutilidad estructural, la respuesta ha sido automática, mecánica: ante la sociedad distinta, más Estado, viejas ideologías.
Aquí, y en el mundo, los cánones y las propuestas del Estado intervencionista, del absoluto y soberano, suenan a textos antiguos, y no armonizan con el estrépito y el desconcierto de una sociedad que se inventa cada día, que cuestiona todo, que se informa a cada instante, que vive la noticia en tiempo real, que es capaz, desde una laptop, de tumbar las seguridades del mayor poder del mundo. ¿No será la democracia una opción que obliga a pensar desde la altura de este tiempo, y a plantear radicalmente otra forma de hacer del poder herramienta que sirva y responda a esta sociedad creativa y paradójica?
El tema excede de los gobiernos, de los mandatarios y de los episodios concretos que cada cual protagoniza. En un asunto estructural, conceptual, de mayor trascendencia que cualquier coyuntura.