Ana María Carvajal, Redactora de Espectáculo
Los contrastes definen a Colombia. Más de 50 años de guerra interna lo han marcado profundamente. Pero Colombia es alegre frente a la adversidad. Valiente y luchadora. Sin ser un paraíso terrenal, tiene magia y fantasía vuelta canción. Muestra al visitante una sonrisa que lo atrapa sin remedio alguno.
Esa es la Colombia que el periodista barranquillero Ernesto McCausland presenta en ‘El alma del acordeón’. Allí retrata cuadra a cuadra, vía a vía, casa a casa, varios sitios de la Costa colombiana.
A través de sus páginas se puede echar un ojo a sitios como Barranquilla, Chimila, Valledupar, San Juan del César, Concordia o el famoso Flores de María, allí donde “Alicia murió solita”, el pueblo de Juancho Polo Valencia al que se llegaba tras un agobiante viaje a lomo de caballo… y años después en un 4×4. Todo en medio de lodazales, piedras, una espesa vegetación y un calor húmedo extenuante.
Leer su libro es estar un poco allí, en alguna de esas calles por donde camina Karlheinz Birk.
Se trata de un acordeonista alemán (tenía un Hohner) que McCausland inventó para contar la historia del famoso vallenato Alicia adorada.
El tema es una elegía que, relata la novela, Juancho Polo Valencia pudo cantar completa una sola vez. Fue el día en que al pie de la tumba de Alicia Cantillo la creó entre largos sorbos de ron y acompañado por el doloroso quejido de su voz fundida con las notas de su preciado acordeón.
En realidad, la presencia del acordeonista alemán no es sino el pretexto para contar la historia de Juan Manuel Polo Cervantes, el verdadero nombre de este juglar vallenato que el miércoles pasado cumplió 31 años de fallecido.
McCausland lo describe en una novela donde se mezclan las voces de personajes ficticios, como la de la doctora Leila Ustáriz, o el mismísimo fantasma de Valencia con otros reales como ‘Chan’ Polo. Él es el hijo y heredero de la voz de este cantor que, por ser vallenato, no fue acordeonista sino acordeonero de nada menos que un ‘tornillo e’ máquina’ de la Hohner.
La reliquia vuelve a ser un pretexto. McCausland contó a El Tiempo que visitó la fábrica Hohner, en Alemania, para crear a su visitante. Mostró a los obreros un video de ‘El Cocha’ Molina tocando acordeón. “Una de las obreras empezó a mover el pie al ritmo de la música.
Yo quería que con Karlheinz pasara lo mismo, porque el acordeón es un encantador de serpientes, posee algo que subyuga y obliga a escucharlo”.
En la novela, el alemán aprende nuevas formas de tocar acordeón. Entiende lo que es hacerlo con el alma y no desde la lógica fría del pentagrama al escuchar acordeoneros que no saben de conservatorios, sí de sentimiento vallenato. También la forma intensa en que un hombre se enamora de las curvas y la gracia de una costeña.
Además, vive la guerra en carne propia. Enfrenta la realidad de las zonas apartadas, esas donde muchas veces ha cambiado el reinado de la guerrilla por el de los ‘paracos’. Misma ley en otras manos… Pero Birk que se extrañaba por la sonrisa casi fija en los rostros costeños aprende luego a sonreír también. Juancho y él al final no eran tan distintos. Colombia lo ha atrapado para siempre…