Tungurahua: Chibuleo conserva el agua

La reserva de Chibuleo, en Ambato, guarda una inmensa riqueza en flora y fauna

La reserva de Chibuleo, en Ambato, guarda una inmensa riqueza en flora y fauna

La reserva de Chibuleo, en Ambato, guarda una inmensa riqueza en flora y fauna. Foto: Glenda Giacometti/EL COMERCIO

La neblina discontinua deja mirar a medias los extensos páramos y parte de los nevados Chimborazo y Carihuairazo, ubicados al suroeste de la ciudad de Ambato.

Los líderes ambientales Mecías Guanoluisa y Nelson Palacios caminan por los chaquiñanes, los cuales están cubiertos de un espeso lodo producto de la lluvia de la noche. En sus recorridos, tres veces al mes, evitan la caza y el pastoreo de ganado bovino.

Hasta el momento no han logrado frenar a los motociclistas que ingresan ilegalmente a la zona, quienes destruyen una parte de esta reserva natural. Los cercos con alambre de púas son derribados. “Ingresan ilegalmente a realizar competencias, por lo que destruyen parte de la vegetación”.

Eso es lo que más preocupa a los jóvenes, quienes denunciaron al Ministerio del Ambiente pero aún no hay resultados. Luego de 40 minutos de ascenso por pantanos arribaron a dos pequeñas lagunas que son parte del complejo lacustre de los páramos de Chibuleo de la parroquia Juan Benigno Vela, en Ambato.

Son 3 500 hectáreas donde crecen pajonales y bosques nativos de yagual, romerillo, chuquiraguas. Además, hay una infinidad de especies de insectos, anfibios y otros. También lobos, venados, conejos y aves. Esta área abastece de agua para el riego y el consumo a más de 1 500 familias de siete comunidades.

Guanoluisa cuenta que antiguamente su padre Manuel y sus abuelos subían al páramo para cortar los árboles nativos como el romerillo y el yagual, para cocinar los alimentos en casa. “Antes cocinaban con kérex y en el campo no teníamos esas posibilidad es económicas. Ellos recolectaban leña y paja de páramo para cocinar”.

Eso originó una severa deforestación y secó poco a poco las fuentes de agua. Es más, la frontera agrícola subió hasta los 3 400 metros de altitud, con la parcelación del territorio para la producción de papas, ocas, cebada y pasto para el ganado.

En el 2009, las organizaciones de Pataló Alto, Chacapungo, San Miguel, San Luis, San Alfonso, San Francisco y San Pedro decidieron suscribir un acuerdo para trabajar por la conservación. Bajaron la carga animal y abandonaron la frontera. Tras 10 años de trabajo hay resultados: estos espacios recuperaron su capa vegetal y especies como el romerillo, la paja y las almohadillas. Esta última, en tiempo de sequía, devuelve a la naturaleza el agua que retiene.

Actualmente, con el apoyo del Fondo de Páramos del Consejo Provincial de Tungurahua, cuentan con recursos con los que financiaron pequeños emprendimientos de crianza y comercialización de animales menores (cuyes y conejos). Además, se invirtió en el mejoramiento de pastos y en la entrega de balanceados y semillas para la siembra.

“Estos proyectos ayudan a mejorar la economía de las familias que dejaron de pastar en la zona alta. Todos trabajamos en la protección del páramo y todos nos beneficiamos con el agua”, dice Guanoluisa.

En el suelo de la parte baja florecen los sembríos de habas, papas, cebada y grandes extensiones de pasto para el ganado, que son de propiedad de las comunidades.

Al mediodía, la neblina se disipa y deja mirar la inmensa sábana verde esmeralda rodeada de cerros, montañas, bosques y lagunas que brillan con los escasos rayos del sol.

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