En los cementerios tsáchilas, como el de San Miguel, el arreglo y la limpieza de las tumbas empezaron el martes 30 de octubre del 2018. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO.
La tradición de conmemorar el Día de los Difuntos se introdujo en la nacionalidad tsáchila cuando decidieron asentarse en un solo lugar. Hasta hace más de 100 años, esta etnia era nómada, según el historiador oral tsáchila, Augusto Calazacón.
Una de las razones para no radicarse en un solo sitio era una tradición familiar que consistía en que cuando un tsáchila fallecía debía ser enterrado en la última cabaña donde murió. Los familiares hacían un ritual, sepultaban el cuerpo y plantaban un árbol para que el alma de ese familiar siguiera viviendo con la naturaleza.
Luego debían tomar sus cosas, que eran pocas, y asentarse en otro lugar. “Mis abuelos me contaban que una vez que se enterraba el cuerpo no se podía regresar”, afirma Miguel Aguavil, del centro cultural Du Tenka, en Otongo Mapalí.
Con base en las historias que le contaban los adultos mayores, Aguavil construyó en Du Tenka una representación de esa tradición. Lo hizo en un sendero, en el bosque tsáchila. Ahí le explica a los turistas cómo era la vida del tsáchila hace más de 300 años.
Esa tradición dista de las nuevas costumbres, que los tsáchilas han implementado en las siete comunas.
Santiago Aguavil, del centro cultural Mapia To de la comuna El Poste, señala que cuando los nativos llegaron a Santo Domingo empezaron a asentarse cerca de los ríos. Pero no tenían un lugar fijo para vivir.
Cuando ese territorio empezó a colonizarse, el Consejo de Ancianos decidió que las familias debían separarse y asentarse en lugares cercanos a los afluentes, para evitar que los mestizos siguieran ocupando sus territorios. De ahí nacieron las ocho comunas. “Cada aldea se llamó como su río”.
Al no poder migrar, cuando un familiar moría decidieron trasladarlo hasta un lugar lejano. De esa forma nació el primer cementerio tsáchila, ubicado en la comuna San Miguel, en la vía hacia la parroquia rural Puerto Limón.
Sin embargo, los tsáchilas conservaron algunas de sus tradiciones, como construir una pequeña cabaña con pambil sobre la tumba. De esa forma evitaban que la lluvia dañara el sector. “Lo hacían para que el alma del difunto creyera que estaba en su casa”.
Al principio, ese cementerio solo se visitaba cuando otro familiar fallecía. Había tumbas que no eran visitadas en años y se llenaban de maleza. “Para nuestros antepasados era bueno que creciera la vegetación, porque era una muestra de que el alma del tsáchila seguía vivo”, señala María Calazacón, de la comuna Peripa.
Pero cuando los tsáchilas fueron catolizados por los padres Dominicos, esas creencias fueron desapareciendo. Si un tsáchila fallecía, se hacía un ritual. Pero también se le pedía a los sacerdotes que rezaran.
Poco a poco las visitas a los cementerios se hicieron más frecuentes y luego con la colonización de la comuna San Miguel, los tsáchilas adquirieron la costumbre de conmemorar el Día de los Difuntos.
También empezaron a marcar las tumbas para saber el lugar donde habían enterrado a su familiar. Lo hacían con un tronco cubierto de madera. Otra de las tradiciones que asumieron fue cambiar la ropa del difunto por una nueva y colocar los collares, pulseras y a los hombres la corona de algodón (mishily). “Se les pintan las rayas negras y el cabello de rojo con achiote”.
En la actualidad, la nacionalidad Tsáchila cuenta con tres cementerios. El más grande está en San Miguel, donde también han sido sepultados los mestizos. En ese lugar aún se conservan algunas cabañas de madera. Aunque también hay de cemento e incluso se han construido nichos.
En ese cementerio se encuentran los restos de los gobernadores Abraham Calazacón y Héctor Aguavil.
Este último falleció en febrero de este año. Así que su familia empezó a arreglar el lugar desde el martes, en la que colocaron velas y flores.
María Teresa Calazacón, viuda de Héctor Aguavil, aseguró que la familia tenía previsto pasar ayer todo el día en el cementerio. Primero irían a una misa en memoria del exgobernador y luego pasarían al cementerio con comida y la bebida tradicional tsáchila, malá (chicha).
En la tumba de Abraham Calazacón y de su familia también se hicieron arreglos. Se pintaron las paredes y se lavaron las lápidas.
Todos los años, los tsáchilas acostumbran a llevar a un párroco hasta el cementerio para que se realice una misa.