Sebastián Cordero filmó ‘Sin muertos no hay carnaval’ en un asentamiento informal en Guayaquil. Foto: Archivo/EL COMERCIO
Entre el gueto y el barrio residencial, entre el confinamiento y la libertad, entre la luz y la sombra. Sebastián Cordero es un director que ha aprendido a moverse con soltura en el terreno de confrontación de mundos y personajes que se oponen en distintos niveles.
A sus 44 años es uno de los principales referentes en la cinematografía ecuatoriana con seis largometrajes más varios cortos y videoclips en su filmografía.
El estreno, esta semana, de ‘Sin muertos no hay carnaval’ marca el regreso del director a la pantalla grande, así como también al drama social.
Un género que en 17 años de carrera en el audiovisual se ha convertido en tema recurrente -con excepción de ‘Europa Report’ (2013)- y que ha definido una impronta estética y narrativa en el director, a la que se suman otros elementos claves.
Para el director y actor Alejandro Lalaleo, por ejemplo, ‘Ratas, ratones, rateros’ (1999) marca un cambio cualitativo en la producción nacional con una historia potente resuelta con buenas actuaciones.
La clave, asegura el gestor cultural Luis Monteros, es el trabajo de Cordero como guionista, porque encuentra en las formas coloquiales del diálogo, un elemento potente que le permite proyectar historias capaces de conmover y entretener al mismo tiempo.
Para Lalaleo otro de los rasgos distintivos de Cordero es esa intención de llevar a sus personajes a situaciones extremas que ponen a prueba su moral y su ética como ocurre con Ángel (‘Ratas, ratones, rateros’), el periodista Manolo Bonilla (‘Crónicas’), Blanquito (‘Pescador’) y José María (‘Rabia’).
Personajes que, según Monteros, terminan de construirse a partir del manejo de espacios, la construcción de atmósferas, el uso de la luz, donde lo visual se complementa con la profundidad psicológica y emocional de cada personaje.
En ‘Sin muertos no hay carnaval’, Monteros cree que el director innova con un ejercicio coral, con actores que cumplen un buen papel y otros que dejan una sensación reiterativa.
El hecho de volver sobre las mismas fórmulas puede convertirse en un ejercicio desgastante, pero también habla de un estilo que ha llegado a su madurez.