Una vista de la exposición actual del salón octubrino. La muestra de edición 59 permanecerá abierta hasta fines de este mes. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
El propio Enrique Tábara, el artista vivo más importante del Puerto Principal, se dio de bruces contra la línea tradicionalista del Salón de Octubre Independencia de Guayaquil. Tras haber expuesto junto a Salvador Dalí y Joan Miró -invitado por André Bretón a Francia- y luego de protagonizar exposiciones en capitales europeas, obtener en 1964 el segundo premio del certamen guayaquileño fue casi una deshonra. ‘Exorcismo’, un óleo de ecos precolombinos, lleno de surcos que evocaban aves ancestrales, de tonos rojinegros con un marco verde ocre, le valió solo un segundo lugar.
“En ese entonces, para mí, participar era una forma de colaborar con la plástica ecuatoriana, sobre todo con la de Guayaquil”, apunta el maestro Tábara en un libro editado por los 50 años del certamen. “El Salón de Octubre se ha caracterizado por mantener una línea tradicionalista”, añadió. Una línea que sufrió en carne propia. En 1971 volvió a participar en el concurso, otra vez obtuvo el segundo premio. En el 67 fue invitado a participar como miembro del jurado y ese año el certamen fue declarado desierto. A Tábara lo acusaron de “dictador”, porque según los comentarios vertidos en la prensa, estaba en desacuerdo con el arte del futuro. “Para otros, el socialista era el arte del futuro”, explica Tábara.
El salón de la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas (Cceng), cumple 60 años de historia y 59 ediciones -en 1981 fue suspendido por crisis económica-. Una historia que revela las más importantes etapas de la evolución del arte local en su progreso sociocultural, técnico y estético, dice Robin Echanique, actual director de la Pinacoteca Manuel Rendón Seminario, a cargo de un fondo de unas 500 obras premiadas, adquiridas o recibidas en donación por la institución.
El Núcleo del Guayas convocó su primer Salón Nacional de Artes Plásticas en 1957. Se trató de una iniciativa del directorio fundador de la institución, entre ellos estaban personajes históricos de la cultura local: el arqueólogo Carlos Zevallos Menéndez, primer presidente de la Casa de la Cultura del Guayas (1945-1962), el escultor Alfredo Palacio, como vicepresidente; y el poeta Abel Romeo Castillo, en la secretaría de la institución.
El primero y más repetido triunfador del certamen fue el artista Segundo Espinel -ganó también la tercera edición-, quien llegaría a ser Presidente del Directorio. La primera obra premiada fue ‘Azul precolombino’, un óleo que alude a elementos de la gráfica ancestral, composición circular que presenta una morfología visceral, desde una impronta del informalismo.
“El Salón ha atravesado todo el panorama artístico del país, muestrario de las diferentes tendencias, estilos y corrientes, desde el realismo social, lo precolombino, la abstracción, el feísmo hasta el hiperrealismo de inicios del siglo XXI”, señala Echanique, él mismo ganador del certamen en 1977.
En las primeras muestras expusieron nombres como Eduardo Kingman y César Andrade Faini. Entre los ganadores de los 70 y 80 constan figuras locales como Félix Aráuz, Luis Miranda y Hernán Zúñiga. Jorge Velarde ganó el primer premio con un irónico autorretrato en 1990, el rostro adusto y pincel en mano, en ‘San Jorge por la mañana’.
Entre las curiosidades consta la convocatoria en 2000 y 2001 a un premio de Soportes Alternativos, un primer intento por abrirse a las prácticas del arte contemporáneo.
Pamela Hurtado se alzó en 2001 con el primer premio de la categoría especial de soportes alternativos con la obra ‘Balde azul’, un balde de metal recargado con pintura de motivos naturales, brillos, canicas, gemas falsas o pedazos desmembrados de muñecas de hule… El premio fue visto como “una exquisita realización del mal gusto”. Para Hurtado fue un elogio, porque su intención fue apuntar precisamente a lo kitsch tras haber sido rechazada varias veces en el galardón tradicional. El premio incluso le abrió el camino para participar en el Bienal de Cuenca.
El episodio del ‘Balde azul’ y la declaración del premio desierto en 1967 se cuentan entre las principales polémicas de un galardón que se ha mantenido en buena medida alejado de la controversia, en parte porque ha renunciado a las derivas -y los riesgos- del arte contemporáneo. Aunque ha ensayado aperturas como la del soporte tridimensional -incluida en las bases desde hace dos años, aunque con poca receptividad- el galardón se ha mantenido en el puerto seguro de la pintura tradicional.
Un refugio y un arma de doble filo, pues dependiendo del jurado se suele premiar una concepción limitada de la propia pintura. Esta semana un jurado local acaba de galardonar a un joven artista cañarense, Óscar Rosas, por una obra -‘Fragilidades’, sobre la violencia intrafamiliar- que dialoga con la contemporaneidad: alude en uno de los 13 pequeños paneles a un performance de la serbia Marina Abramovich y teje con cabello humano la sombra de una mujer sobre la tela. Pero la figuración, con evidentes niños y mujeres golpeados, denota una cierta estética pueril. El artista de 24 años tiene solo dos años de carrera.
Entre 33 obras admitidas a la exposición de este año, está una de Marcel Moyano, de la misma serie por la que fue premiado por un jurado internacional con el tercer premio del Salón de Julio pasado. Y Juan Caguana crea una Guayaquil distópica, indaga en la ciudad que pudo ser y en la que desapareció, a partir de una vieja escena de la calle Pichincha con la fachada neoclásica del Palacio Municipal, un vagón del tranvía y un auto de los años 30, todo embadurnado de chorros de pintura de obreros actuales que se sobreponen a la escena antigua. En el colmo de la ‘Alucinación’, en acuarela y acrílico sobre cartulina, aparece un Godzilla, como un monstruo reptiliano que pasea campante por la ciudad. Caguana obtuvo en 2010 la Bienal Internacional de Pintura de Guayaquil, un premio adjudicado también por un jurado internacional. Pero ni su obra ni la de Moyano obtuvieron siquiera menciones de honor en el Salón de Octubre.
“Cada época tiene que marcar nuevas maneras de ver el arte”, decía Tábara, a propósito de que nunca pudo ganar el galardón octubrino. Ser artista -agregaba- es pintar primero para uno, pintar cómo se ve el mundo y lo que pasa en él, para aspirar a ser el reflejo de un tiempo.