Para certificar su ingreso los extranjeros acuden a las oficinas de Migración en Rumichaca. El 2016 arribaron 105 431 venezolanos por aire y tierra. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO
Lo que más le sorprendió de Ecuador a Danisbel Parra, procedente de Barquisimeto (Venezuela), fue encontrarse con muchos compatriotas.
La mujer llegó en enero pasado con su esposo y un hijo, de 13 años. El mes anterior retornó a su país para traer a su otro vástago, de 22 años.
Parra asegura que planificaban salir de Venezuela hace dos años, cuando la “cosa se puso fea”, por la inseguridad y la escasez de alimentos.
Pero el asesinato de su padre, en manos de presuntos delincuentes que entraron a robar en su finca, aceleró la decisión de la familia.
Tramitaron la visa de turismo, que les permite una estadía de 180 días, y ahora prueban suerte en Ibarra, capital de Imbabura. “Aquí hay paz. Pero no hay trabajo”, se lamenta.
En Barquisimeto, la familia poseía una panificadora y una fábrica para elaborar chicharrón vegetariano. También tienen una casa y un auto.
Ecuador les pareció la mejor opción por la tranquilidad y la estabilidad económica que refleja la dolarización.
A Parra ya le gustó este país cuando lo visitó hace algunos años. Recuerda que eran tiempos de bonanza en su Venezuela. Arribó dos veces a Quito, vía aérea y de vacaciones.
Sin embargo, esta vez, como muchos venezolanos, llegó a Ecuador tras viajar durante tres días en un autobús internacional, cruzando Colombia. “El pasaje en bus cuesta USD 200, frente a los 500 en avión”.
Otros compatriotas también han ingresado por la frontera norte. Son 3 500 venezolanos, desde septiembre último. “Esa es la cifra de los ciudadanos de esa nación que han declarado su ingreso a nuestro país”, asegura Steep Vergara, coordinador de la Zona 1 del Ministerio de Relaciones Exteriores.
De esta manera, la frontera norte se ha convertido en una de las principales puertas de entrada de los venezolanos. Otros vienen por los aeropuertos de Quito, Manta y Guayaquil.
Vergara reconoce que es notoria la ola migratoria, como sucedió el año anterior con grupos de ciudadanos procedentes de Haití y Cuba.
“Venezuela ha mantenido un flujo tradicional desde el 2008. En una primera escala llegaron profesionales del área petrolera, que se han concentrado en Esmeraldas y Manabí. Pero desde hace nueve meses se ha notado un incremento importante, impulsado por el conflicto político de ese país…”.
Vergara dice que hasta hace dos años por esta frontera terrestre arribaba un promedio de 300 venezolanos al año.
En los registros del Ministerio de Turismo se informa que en el 2015 arribaron 105 431 ciudadanos del país llanero a Ecuador; el año anterior fueron 101 778. La mayoría prefiere asentarse en Quito y Guayaquil, según Vergara.
Muchos de ellos, como Parra, no piensan retornar, al menos, por el momento. Su esposo consiguió un empleo en una pastelería de Ibarra, a cambio de un sueldo básico. El horario es lunes a domingo, de 07:00 hasta que acabe las labores.
Aunque la tarea es agotadora, no tienen qué más escoger, aseguran. A pesar de todo consideran una oportunidad frente a la realidad que viven otros de sus compatriotas, que no encuentran trabajo.
Este es el caso de Deibys Rivero, de 37 años, quien llegó con su esposa y con su hijo de 7 años, en septiembre del año pasado. Aunque en su natal Valencia laboraba como taxista, plomero, electricista… en Ecuador no ha podido emplearse, porque no tiene los papeles en regla, asegura.
Ilusionado vendió su casa, carro y enseres. Pensaba que con ese capital -no quiso revelar el monto- podía montar un negocio en Ecuador.
Sin embargo, lo único que ha podido conseguir es una carreta en la que vende salchipapas, en la calle. En ese emprendimiento invirtió USD 500.
Los ingresos le permiten cubrir los USD 120 del alquiler de una pieza, que hoy es su hogar.
Su esposa, Alejandra Jiménez, sale todas las mañanas a buscar empleo, mientras el niño asiste a una escuela fiscal.
Por recomendación de unos amigos han solicitado ayuda a la Misión Scalabriniana, una organización de asistencia a las personas en condición de movilidad en Ibarra.
Según Elisa Devreese, funcionaria de la institución humanitaria, la presencia de los venezolanos comenzó a sentirse desde el año anterior. Pero en febrero último comenzaron a solicitarle ayuda.
Ahora atienden a 100 familias venezolanas. Cada mes les extienden una tarjeta para que adquieran alimentos y útiles de aseo. A cambio, deben asistir a talleres sobre acceso a derechos humanos, ayuda psicológica y nutrición.
“A diferencia de otros extranjeros que han llegado masivamente al país, la mayoría de venezolanos son profesionales, con formación superior”, comenta Devreese.
La presencia llanera se siente también en las comidas típicas, como las arepas. Palabras como “vale”, “chamo”, “cónchale”… se escuchan cada vez más en las calles de la Sierra Norte del país.